La Fiesta Mayor de Gràcia es, sin duda, una de las citas más esperadas del calendario festivo barcelonés. Durante una semana de agosto, el barrio se transforma en un auténtico escenario de fantasía: calles convertidas en bosques, galaxias, escenografías imposibles; vecinos que trabajan durante meses en decoraciones que dejan boquiabiertos tanto a pequeños como a grandes; y un ambiente popular que, año tras año, consolida la fiesta como un símbolo de la ciudad.
Sin embargo, además de la música y los adornos, hay otro tema que ocupa las conversaciones en las calles y en las redes sociales: los precios disparados.
Cuando una cerveza se convierte en un lujo
Lo que había sido durante décadas una fiesta de barrio, accesible para todos, ahora despierta la sensación de que hay que llevar la cartera bien llena para poder disfrutarla.
Vecinos y visitantes se muestran sorprendidos ante lo que consideran tarifas abusivas. Una caña puede llegar fácilmente a los 5 euros, mientras que en otras épocas apenas superaba los 2. Una tapa de patatas bravas o una ración de pan con tomate y jamón se pueden elevar hasta los 10-12 euros, y algunos menús improvisados para los turistas rozan los 30 euros por persona. "Es indignante. Yo vengo a la Fiesta Mayor desde que era pequeña y nunca había visto nada parecido. Ya no parece la fiesta del barrio, es un negocio para turistas. Esto no tiene nada de popular", se queja Montse, vecina de la calle Verdi.
La voz de los vecinos: indignación y desencanto
Muchos gracianos y gracianas temen que la fiesta pierda su esencia popular. Las calles, que históricamente han sido espacios de encuentro y convivencia, empiezan a parecerse más a un gran festival privatizado donde hay que pagar por cada detalle. "Nosotros montamos los adornos con todo el esfuerzo y la ilusión del mundo, pero después vemos cómo algunos negocios aprovechan la situación y nos sentimos engañados. La fiesta es del pueblo, no de los que quieren hacer caja", explica un miembro de una comisión de calle que quiere mantener el anonimato.
Otros, en cambio, consideran que el problema es inevitable: "Con tanta gente que viene, es normal que los precios suban. Es la ley de la oferta y la demanda", asegura Laura, propietaria de un bar del barrio.
Así, la fiesta se debate entre la tradición y la mercantilización, entre la alegría popular y el riesgo de que se convierta en una atracción más de la Barcelona turística.

Un dilema incómodo: ¿dejar de venir a la fiesta?
La gran pregunta planea sobre las plazas: ¿vale la pena seguir disfrutando de la Fiesta Mayor si los precios son tan caros?
Hay vecinos que confiesan que ya evitan salir a determinadas horas o que prefieren comprar bebidas en el supermercado antes que consumir en los bares de la zona. Incluso hay quien considera que la fiesta ha dejado de ser para los gracianos y es ahora un espectáculo para visitantes extranjeros. Sin embargo, también hay quien defiende que la Fiesta Mayor es mucho más que una cerveza cara: es cultura popular, es tradición, es identidad de barrio. "Aunque los precios sean altos, la magia de las calles adornadas no tiene precio. No hay nada igual en toda Barcelona", apunta Nuria, una vecina que participa cada año en la decoración.
¿Hacia dónde va la Fiesta Mayor de Gràcia?
El futuro de la fiesta es ahora mismo una incógnita. ¿Se convertirán las fiestas en un festival de masas controlado por los intereses comerciales? ¿O bien habrá una reacción de los vecinos y del Ayuntamiento para garantizar que la celebración siga siendo patrimonio popular y accesible?
Algunos proponen establecer precios máximos regulados, como ocurre en otras fiestas populares de Cataluña. Otros insisten en reforzar el carácter cultural y comunitario por delante del comercial. Lo que está claro es que el debate ya está abierto. Y cada cerveza a 4 euros, cada tapa a precio de restaurante de lujo y cada factura alimentan la polémica.