“Secuestran” a Laia Bonet, insultan al PSC y estalla la guerra vecinal: la Festa Major de Gràcia comienza a golpes de grito y con muchas reivindicaciones

Una plaza de la Vila convertida en campo de batalla verbal: gritos, silbidos, pancartas y vecinos indignados. El primer día de fiesta terminó siendo un choque abierto entre políticos, activistas y el pueblo de Gràcia

15 de agosto de 2025 a las 11:00h
Actualizado: 15 de agosto de 2025 a las 11:01h

Lo que debía ser una tarde de orgullo graciense y de cultura popular se convirtió en una escena digna de una crónica política incendiaria. Ayer, la Festa Major de Gràcia comenzó con un pregón histórico, pero no por su contenido, sino por la tensión, los insultos y las múltiples protestas que invadieron cada rincón de la plaza de la Vila.

La encargada de abrir la fiesta fue la escritora e historiadora Maria Garganté, que defendió el valor de la cultura y de las editoriales independientes. Pero escucharla fue una misión casi imposible: silbidos constantes, gritos contundentes como “Ningún vecino se marchará de este barrio” y “PSC, hijos de puta”, y una muralla sonora que hacía imposible seguir el discurso.

El pregón, convertido en trinchera política

Entre la multitud estaba Pol Sàanchez, vecino indignado y portavoz de un grupo de personas que silbaban contra los políticos presentes. No se mordió la lengua: “El PSC es la mayor lacra de la historia. Que se vayan todos, solo hacen que potenciar España. Aquí somos catalanes. Que se metan la bandera española por donde puedan y se marchen ya. No pensamos escuchar el discurso de mierda que están vendiendo hoy.” Las palabras de Sàanchez eran una muestra de la rabia acumulada por un sector del barrio, que ayer convirtió el pregón en una protesta en directo contra el gobierno municipal y lo que consideran una ocupación cultural y económica por parte de España y del turismo masivo.

Un “secuestro” que no dejó a nadie indiferente

Minutos antes de comenzar el pregón, cinco personas con la cara tapada (luciendo pañuelos y gafas oscuras) y que se presentaron como miembros del FOPEC (Frente de Liberación Puta Espanyolista Gracienc) aparecieron para llevar a cabo el que sería el gran protagonista del día: el pregón alternativo. Con un discurso punzante, denunciaron lo que llaman “secuestro del barrio por parte de los turistas y de las políticas municipales”.

En la misma línea y con un tono irónico, anunciaron: “Secuestraremos a Laia Bonet hasta que Gràcia sea libre. Nuestras voces no serán silenciadas.” En escena, se podía ver a una mujer con una bolsa de basura en la cabeza y con una imagen de Bonet. Detrás, un miembro del FOPEC le lanzaba agua con una pistola de agua.

Para sorpresa de todos, minutos después, la verdadera Laia Bonet aparecía delante de todos, como si nada hubiera pasado. El gesto fue recibido con más gritos y silbidos.

Tres protestas simultáneas, una sola plaza

Acabado el pregón, la plaza se convirtió en una olla a presión. Tres movilizaciones diferentes confluyeron en el mismo espacio:

  • Socorristas de las playas exigiendo diálogo directo con Bonet.
  • Vecinos de Vallcarca con una pancarta gigante: “El barrio es para vivir, no para especular”.
  • Un zepelín inflable sobrevolando la plaza con el mensaje: “Basta de comercio de armas con Israel”.

El resultado: gritos simultáneos, cámaras por todas partes y un ambiente donde la fiesta quedaba en segundo plano.

El incidente de la calle de Lluís Antúnez: “Close!! Cerrado!!” y un muro invisible

Si la plaza de la Vila hervía de tensión, en la calle de Lluís Antúnez la situación no era menos explosiva. Lo que debía ser una calle “casi” adornada para lucir delante de vecinos y visitantes se convirtió en un punto de fricción directa entre los organizadores y el mismo vecindario.

Elvira Ramírez, vecina de Gràcia y madre de dos hijos de 14 y 6 años, explicaba, visiblemente nerviosa, cómo vivió el momento: “Nos acercamos a la calle porque queríamos saber cuándo abrirían. No queríamos entrar, solo preguntar. De repente, un chico del grupo que adornaba nos gritó ‘¡Está cerrado!! Close!! Cerrado!!’ a pleno pulmón. Los niños se asustaron y yo me quedé helada. Me sentí atacada.” Ramírez asegura que el tono era “agresivo, como si fuéramos enemigos” y que, cuando intentó responder que solo quería información, el chico repitió que la calle estaría cerrada hasta el día siguiente y que se marcharan inmediatamente.

El caso no fue aislado. Según varios testimonios, otro hombre —que afirmaba tener una urgencia— intentó acceder por la misma calle y tampoco pudo. Le respondieron con un seco “busque otra alternativa” y sin ninguna intención de ayudarlo a encontrar un camino accesible.

Con estos casos, que se repiten en más calles durante estos días, dos mujeres mayores, que no quisieron dar su nombre por miedo a represalias, cargaron duramente contra la manera como se gestionan las calles adornadas: “Nos tratan fatal. No hay respeto por la gente del barrio que lleva toda la vida aquí. Es como si las calles fueran una propiedad privada de los que adornan. Pero la calle es pública. Ahora todo está cerrado con cintas, vigilantes y malas caras.”

Fiestas para los turistas: ¿un barrio vendido?

Con lo que se vivió ayer, el debate ha quedado abierto y encendido. Muchos vecinos coinciden en que la Festa Major ya no es lo que era y que su verdadero destinatario no es el pueblo gracienc, sino los visitantes que llenan el barrio cada agosto. Maria Suñé, vecina de toda la vida, lo dice sin rodeos: “Si estas fiestas no son para nosotros, ¿para quién son? Yo quiero un barrio vivo, pero si los mismos vecinos nos hemos dejado pisar, ¿qué nos queda?”

También Rosario Benítez, que lleva 50 años viviendo en Gràcia, añade un punto de autocrítica: “El turismo lo ha arruinado todo, sí. Pero también nosotros, que hemos ido cediendo, aceptándolo todo. Hemos permitido que el barrio se vendiera a trozos, y ahora nos quejamos cuando ya es demasiado tarde.”

El sentimiento es compartido por muchos: calles adornadas pensadas para Instagram, locales llenos de visitantes pero con precios inasumibles para el vecindario, y una fiesta que se ha transformado en un escaparate. Así pues, lo que ayer debía ser un pistoletazo de salida alegre se ha convertido en un espejo incómodo de lo que es hoy Gràcia: un barrio dividido, donde la tradición y la protesta chocan cara a cara, y donde la gran pregunta ya no es cómo decorar mejor las calles… sino para quién se hace realmente la fiesta.