La Mercè: Barcelona bajo la gran carpa del circo

Una fiesta mayor marcada por la masificación turística, las obras eternas y la pérdida de presencia local

25 de septiembre de 2025 a las 08:53h

El cartel oficial de la Mercè de este 2025 no podía ser más premonitorio: un circo abigarrado, lleno de colorines y de excesos. Lo que parecía una metáfora visual se convirtió ayer en diagnóstico. La capital catalana vivió una jornada de fiesta mayor que muchos vecinos definen, con un punto de ironía y resignación, como “un espectáculo circense en toda regla”.

La Mercè, históricamente, era una jornada de reencuentro ciudadano. Familias, grupos y entidades bajaban al centro para participar en actividades de cultura popular, y la ciudad se llenaba de un orgullo colectivo. Este año, sin embargo, la imagen dominante era muy diferente.

El público: turistas en primera fila

En las Ramblas, las actividades tradicionales —gigantes y castellers— tenían un público mayoritariamente turístico. Las cámaras y los móviles eran los verdaderos protagonistas. Las lenguas dominantes fueron el inglés, el francés y el italiano, mientras que el catalán era residual.

Muchos vecinos lamentaban una sensación creciente: la fiesta ya no les pertenece. Lo que antes era un ritual compartido hoy parece una atracción de parque temático. Los turistas ocupan las mejores localidades de la gradería, mientras los barceloneses quedan arrinconados, como figurantes involuntarios de un espectáculo pensado para la postal internacional.

Las obras: el número de equilibrismo permanente

Barcelona hace años que convive con obras. Pero ayer, día grande de la Mercè, la sensación de una ciudad a medias era omnipresente. Grúas, vallas metálicas y aceras levantadas obligaban al peatón a hacer de funámbulo improvisado. Las familias con cochecitos tenían que sortear obstáculos, los ciclistas esquivar desvíos, y los autobuses quedaban atrapados en una coreografía de calles cortadas y atascos.

La ciudad, que quiere lucir al mundo su imagen de capital mediterránea moderna, se presentaba en su fiesta mayor como un escenario de obras eternas. Una carpa donde el número estrella era la yincana urbana entre polvo, escombros y desvíos improvisados.

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Foto: Lourdes Tasies 

La suciedad: un decorado nada festivo

Si el circo tiene animales, ayer los únicos que parecían descontrolados eran los desechos. Papeleras desbordadas, contenedores llenos hasta rebosar, vasos y latas abandonados en el suelo. El decorado de la Mercè era tan o más caótico que el espectáculo.

En la plaza de Sant Jaume, un vecino lo resumía con cinismo: “Esto ya no es fiesta, es un after. Y al día siguiente nadie quiere recoger. Ah, no, espera, que esta mierda de fiesta continúa más días. Mañana mismo me marcharé al pueblo.”

Cultura popular en retroceso

El programa oficial sigue siendo extenso y de calidad. Hay conciertos, danza, espectáculos de calle y actividades internacionales de primer nivel. Pero muchos participantes y entidades de cultura popular lamentan que su peso simbólico se desvanece.

Las colles castelleres, las sardanas o los diablos son hoy pequeñas escenas dentro de un programa cada vez más orientado al macroconcierto, al mapping y a las actividades que atraen masas pero que conectan poco con la raíz local. La Mercè ya no tiene el sabor de barrio: se ha convertido en una marca global.

Un grupo de jóvenes, formado por tres chicas y dos chicos de 18 años, lo definía así: “A nosotros nos gusta la cultura popular. Pero, por ejemplo, en nuestro grupo de WhatsApp de clase solo hablan de beber y drogarse por la noche con los conciertos. Ya no recuerdan cómo era la Mercè antes. Ahora solo piensan en los conciertos de la noche y basta. Cada año, desde que salimos de noche, hemos llevado a más de un amigo al hospital por coma etílico. Otros han acabado en comisaría porque han sufrido robos. Esto es la Mercè, señores y señoras.”

Una ciudad convertida en carpa

El resultado es un espectáculo total. Barcelona se muestra al mundo como un circo: los turistas hacen de público fervoroso, los barceloneses de comparsa resignada, las obras de números de equilibrio y la suciedad de decorado inevitable. Todo bajo una gran carpa donde nadie parece tener el control absoluto.

El cartel, lejos de ser una simple imagen gráfica, se ha convertido en la mejor crónica visual de la fiesta. Y la ironía es tan poderosa como incómoda: la patrona de Barcelona es celebrada hoy en una ciudad que se vende como atracción turística, mientras el vecindario asiste con la sensación amarga de perder su propia fiesta.

Epílogo: ¿quién manda en el circo?

El día de ayer deja una pregunta flotante: ¿quién es el director de este circo? ¿Los ciudadanos? ¿Los turistas? ¿Las instituciones? ¿O la propia inercia de una ciudad abocada a vivir de su mismo espectáculo?

Sea quien sea, ayer Barcelona bailó bajo la gran carpa, y muchos vecinos salieron con la sensación de que el número central de la Mercè es, cada año más, ver cómo la ciudad se escapa de sus manos.

 

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Lourdes Tasies
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