Barcelona vive un verano asfixiante. Las temperaturas no dan tregua y, a pesar de la supuesta “normalidad veraniega”, el termómetro supera día tras día los 34 grados en muchos puntos de la ciudad. Pero no todo el mundo lo vive igual. Para cientos de familias, mantener una temperatura habitable dentro de casa se ha convertido en un lujo inaccesible. La crisis energética, agravada por la inflación y la precariedad, condena a muchos vecinos a convivir con el sufrimiento físico y emocional que conlleva no poder escapar del calor.
Can Clos, un ejemplo de lo que significa pasar calor sin poder pagar la luz
En Can Clos, uno de los barrios con más vulnerabilidad socioeconómica de Sants-Montjuïc, los testimonios son estremecedores. José Hernández, vecino de toda la vida, explica que hace semanas que sólo duerme dos o tres horas por noche. “Tengo un ventilador pequeño que pongo en el comedor, pero no sirve de nada. El aire que saca es caliente, como si soplara un horno. Y el aire acondicionado ni lo sueño: la factura sube demasiado. Además, tampoco me lo puedo permitir.”
Para combatirlo, Hernández acude diariamente a un refugio climático del barrio. “Está bien, hay aire fresco, agua… pero yo lo que querría es poder estar en casa. Es muy triste tener que marcharme para no ahogarme.”
“Se estropeó el aire en junio y no lo podemos arreglar”: el calor también castiga a los animales de compañía
Otra vecina del distrito, Andrea Benítez, no sólo ella sufre las consecuencias del calor, también su perro. “Se estropeó el aire acondicionado a finales de junio y, desde entonces, estamos desesperados. El perro está débil y no encuentra dónde estirarse fresco. Lo hemos llevado al veterinario y nos han dicho que sólo podemos mantenerlo hidratado y en un lugar fresco, pero eso es imposible en casa.”
Andrea lamenta no poder hacer más: “Cambiar el aire nos costaría más de 300 euros, y ahora mismo no podemos asumirlo. Somos nosotros, pero también él. Estamos al límite.”
Refugios climáticos: una solución temporal para un problema estructural
Los llamados refugios climáticos —espacios públicos como bibliotecas, centros cívicos o equipamientos municipales con aire acondicionado y acceso gratuito— se han convertido en una tabla de salvación para muchas personas mayores, personas con enfermedades crónicas o familias sin recursos. Sin embargo, no dejan de ser una medida temporal ante una realidad estructural: muchos hogares no pueden garantizar las condiciones mínimas para vivir con dignidad.
Rosa Menéndez, también del barrio de la Marina, resume el malestar colectivo en una frase contundente: “Después de las lluvias respiré… hacía días que no dormía tan bien. Pero al volver el calor, lloré. Lloré porque sabía que volvía el calvario.” La emoción representa la impotencia de no tener opciones.
El Paralelo: buscar aire fresco entre escaleras mecánicas y escaparates
Al otro lado de la ciudad, en el Paralelo, la situación no es muy diferente. Miguel Ángel Sánchez y su madre de 86 años han encontrado una alternativa singular: pasar los sábados en los centros comerciales. “Vamos hacia allá por la mañana y no salimos hasta la noche. Comemos en el restaurante de la planta superior, miramos escaparates, leemos diarios… Y sobre todo, ella está fresca.”
Sánchez reconoce que no es la solución ideal, pero es la mejor que tienen. “En casa, el aire acondicionado sólo lo ponemos a ratos muy cortos, porque con la pensión de mi madre y mi sueldo de encargado a tiempo parcial no nos lo podemos permitir. El centro comercial es como un pequeño oasis.”
Pobreza energética: una emergencia invisible
El concepto, a menudo asociado sólo al frío invernal, tiene consecuencias igualmente graves con el calor extremo: insomnio, agravamiento de patologías respiratorias o cardiovasculares, estrés y ansiedad, además de un fuerte impacto en la salud mental.
La situación empeora aún más en zonas con pocos árboles, falta de ventilación natural y edificios antiguos sin aislamiento térmico. Es el caso de muchos pisos situados en barrios como el Raval, la Trinitat Vella o Can Clos.
Mientras tanto, el verano continúa
Para José, Rosa, Andrea, Miguel Ángel y tantas otras personas, cada jornada de calor es un nuevo reto. No sólo físico, sino emocional. Sobrevivir al verano no debería ser un acto de resistencia. Pero hoy, para muchos barceloneses, lo es.
Y como dice Rosa, con la voz rota pero firme: “No quiero tener que huir de mi casa para no morir de calor. Quiero poder quedarme, vivir bien, sin tener que elegir entre pagar la luz o comer.”