Tiziano camina unos 15 km diarios o más por la ciudad, donde por primera vez en su vida se ha encontrado viviendo en la calle
Tiziano, que roza la sesentena, lleva medio año viviendo en Barcelona, adonde llegó después de que su vida diera un giro personal. A pesar de haber trabajado prácticamente siempre, buena parte de su vida en Latinoamérica, ahora vive en la calle y está solo. De media, hace unos 15 km diarios o más caminando por la ciudad, donde por primera vez en su vida se ha encontrado viviendo en la calle. "Mi rutina es caminar mucho", explica en una conversación con la ACN. Empieza el día muy temprano en la estación del Norte y prácticamente no vuelve hasta que se hace de noche. Durante el día sobrevive dando vueltas haciendo uso de servicios como el de la parroquia Santa Anna, Arrels o los comedores sociales mientras busca trabajo. "Intento ser fuerte", dice con la esperanza de salir algún día de la calle.
Fátima Sánchez, miembro del equipo de calle del Programa Acogida de la fundación Arrels, afirma a la ACN que las personas que viven en la calle difícilmente pueden mantener una misma rutina, ya que en pocas ocasiones pueden tener todas las necesidades cubiertas en un mismo lugar. Según relata, normalmente deben desplazarse kilómetros, sin disponer de dinero o documentación, lo que les impide conseguir, por ejemplo, una tarjeta de transporte público. Incluso cuando pueden utilizar el transporte público, añade, las personas sin hogar "pueden sentirse juzgadas", ya sea por cómo las percibe la gente, por cómo se sienten discriminadas, o porque en general los espacios públicos "no son amables para ellas".
Empezar el día en el suelo y entre autocares
La luz del día, el ruido de los autocares y el movimiento de la estación hacen que Tiziano y el resto de hombres que duermen en la estación del Norte empiecen el día muy pronto. Duermen en las escaleras más próximas a la calle Nápoles con algunos cartones junto a las dependencias de la Guardia Urbana. Después de comprar el periódico para un compañero con problemas de movilidad, Tiziano se pone a la espalda la mochila con sus pertenencias más básicas y empieza a dar pasos.
La primera parada es la parroquia de Santa Anna, donde si tiene suerte puede desayunar. Intenta estar allí pronto, sobre las 8 de la mañana, para no quedarse sin un café. El goteo de personas que entran es constante. Lo hacen en silencio, casi pasan desapercibidos. Hasta llegar allí, Tiziano ha atravesado el barrio de Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera, y se ha cruzado como mínimo con cinco o seis personas que también viven en la calle y, a esa hora, aún duermen.
Después de pasar por Santa Anna, donde la espera del desayuno puede hacerse un poco larga, continúa por el Gótico y se dirige hacia el local de Arrels, en el corazón del Raval. Desde antes de las 9 h, cuando abre, ya hay personas esperando para acceder. Algunos -la gran mayoría hombres- van un rato al centro de día, otros a descansar unas horas o a ducharse, por ejemplo.
En Arrels Tiziano tiene una maleta grande guardada desde hace un tiempo. Hay un espacio custodiado por la entidad con capacidad para dejar maletas de cerca de 200 personas. Así, las personas sin hogar no deben sufrir y pueden guardar también documentación importante que no quieren perder o que les roben. Mientras se ducha o carga el móvil, ha dejado la mochila en una consigna que hay en la entrada.
Fátima Sanchez denuncia que en Barcelona sólo hay dos consignas públicas y gratuitas, lo que obliga a muchas personas a cargar sus pertenencias mientras caminan más de nueve kilómetros diarios para cubrir necesidades básicas como comer o ducharse. "Muchas personas deben guardar sus cosas en lugares de pernocta o incluso en una alcantarilla", denuncia. Además, señala que en muchas ocasiones la misma Guardia Urbana echa sus cosas o directamente "los expulsa" de la zona donde duermen, haciendo que deban desplazarse. "Por lo tanto, ya están caminando mucho, porque se están 'mudando' en directo", apunta.
Así, señala que es "muy complejo" encontrar una consigna, lo que provoca que las personas sin techo vayan con sus "casas figuradas" encima mientras caminan más de 9 kilómetros al día, únicamente para ducharse, ir al baño o poder comer. "A las personas que tenemos una casa normalmente nos cuesta 5 minutos, no es justo", concluye.
Cambiar el itinerario para comer y buscar trabajo
Cuando se acerca el mediodía, Tiziano se marcha de Arrels y hace uno de los desplazamientos largos del día. Camina hasta la Rambla Prim, en Sant Martí, para poder comer en el comedor social Gregal, donde cada día de lunes a viernes se ofrece comida entre las 13h y las 15h. Tiene seis kilómetros por delante hasta llegar. Aunque le queda lejos, explica que va a este comedor y no a otro porque allí a veces se encuentra con unas personas que ofrecen trabajos puntuales en negro, como vigilar unas obras de noche. "En base a donde tengo oportunidades, me acerco allí para poder comer", explica.
Así, todo depende de las circunstancias. "Me voy moviendo, así es la vida en este momento", indica. Confiesa que no siempre hace la misma ruta, sino que la varía y cambia el itinerario en función de si habla con gente o ve más probabilidades de conseguir trabajos. "Así pasamos el día, ocho, nueve horas de pie, caminando y descansando en algún lugar", explica.
De hecho, destaca que durante el día cada uno hace la suya. "De noche estamos en grupo", dice. Se sienten más protegidos si no están solos y por eso duermen cerca unos de otros. De día, sin embargo, muchos son "grandes caminantes". "Es lo único que en este momento puedo hacer, ir dando vueltas y esperar salir de ésta", afirma.
En algunos casos, además, a estos desplazamientos diarios que ya de por sí son una dificultad en el día a día, hay personas sin hogar que tienen problemas añadidos de movilidad. "Es un tema supergrave que afecta a mucha gente", dice Fátima Sánchez, que explica que hay casos en que las personas van en silla de ruedas o con muletas, como uno de los compañeros de noche de Tiziano, un hombre que sólo tiene una pierna y se mueve con muletas lentamente. La profesional de Arrels advierte que, más allá de los casos de movilidad reducida, también la salud mental o las adicciones dificultan el día a día de muchas personas sin hogar y critica que la ciudad no está pensada para estas personas.
"Estoy muerto por dentro"
Tiziano espera que su situación de calle sea "pasajera" y admite que no está siendo fácil. "Estoy muerto por dentro", relata añadiendo que "cuesta". Y no habla de los kilómetros que hace cada día, que también, sino del deterioro psicológico que sufre cuando piensa que "no sirve más a la sociedad". "Intento ser fuerte", señala. En su caso, comenta, Arrels "le salvó la vida" porque allí puede dejar la maleta, ducharse, cargar el móvil y sentirse atendido y acompañado. "Una buena palabra dicha en un momento justo a veces es muy confortable", dice.
Ante la realidad de las personas sin hogar, Arrels reivindica que los recursos estén mejor distribuidos en la ciudad -lo que aliviaría la "sobrecarga" en el centro- y pide que, como mínimo, haya un lugar de pernocta habilitado en cada barrio de Barcelona. Según explica Fátima Sánchez, esto provoca la concentración en el centro de la ciudad, sobrecarga de servicios y colas imposibles de sostener, con personas que acaban rindiéndose porque “nadie las reconoce como personas”.
Desde la fundación, alertan que el problema de fondo es que Barcelona se está acostumbrando a ver personas durmiendo en la calle. "Ahora mismo no hay lugares de pernocta públicos y disponibles a los que puedas derivar a una persona de manera directa", expone. Las adversidades diversas hacen que en algunos casos, sin embargo, las personas acaben sin querer caminar. "A veces es porque ya se han cansado de caminar", dice. Otros es porque "ya no pueden más y creen que es inútil luchar por sus derechos porque nadie los reconoce como personas". "A nadie les importa y nadie les mira", concluye.