El pasaporte andorrano se ha convertido en un símbolo de prestigio y estabilidad. Pero conseguirlo no es nada fácil. Los últimos datos oficiales muestran que, a pesar de que cada año cientos de residentes lo solicitan, solo una pequeña parte consigue culminar el proceso y convertirse realmente en ciudadano andorrano.
En 2024, un total de 986 personas solicitaron la nacionalidad andorrana. De estas, solo 540 la obtuvieron con plenitud de derechos, tras renunciar a su nacionalidad anterior y superar un proceso largo y minucioso. En 2023 la situación fue similar: 906 peticiones, pero solo 473 llegaron al final del camino. Y 2025 apunta en la misma línea: 788 nuevas nacionalidades otorgadas hasta el tercer trimestre, pero solo una pequeña parte ha formalizado la renuncia.
Las cifras dejan claro que el proceso es uno de los más estrictos de Europa. Y esto explica por qué el pasaporte andorrano es tan codiciado como difícil de obtener. El requisito principal es renunciar a la nacionalidad anterior, un paso que muchos aspirantes no quieren o no pueden dar. Además, la ley exige veinte años de residencia efectiva y un compromiso firme con el país, ya que se debe pasar un examen de lengua y cultura propia. Los trámites, lentos y exigentes, incluyen comprobaciones de antecedentes, entrevistas y plazos que pueden alargarse más de un año. Y es que una parte importante de los solicitantes se lo piensa en el momento de renunciar a su pasaporte de origen, sobre todo si es español o francés, otros simplemente dejan caducar el proceso.
A pesar de la dificultad, el número de personas que consiguen la nacionalidad andorrana cada año continúa siendo elevado. En los últimos cinco años, más de 4.000 residentes han completado el proceso. Pero la proporción de casos que quedan en reconocimiento provisional muestra una realidad clara: ser andorrano no es solo cuestión de voluntad, sino de perseverancia. El pasaporte andorrano es más que un documento: es un símbolo de permanencia, de confianza y de arraigo. Y, para muchos, un sueño que cuesta años —o décadas— de hacer realidad.
