La demarcación de las Terres de l’Ebre del Col·legi d’Arquitectes de Catalunya (COAC) organizó, este pasado fin de semana, una nueva edición de l’Arquivolta, unas visitas guiadas turísticas y culturales que pretenden acercar el patrimonio arquitectónico de la ciudad a la gente y, al mismo tiempo, abrir las puertas de edificios emblemáticos o que están en manos privadas y, a menudo, son unos grandes desconocidos. De esta manera, el COAC celebra también el Día Mundial de la Arquitectura y se da a conocer a los ciudadanos como institución.
En esta edición, el objetivo era redescubrir el barrio de Ferreries haciendo un viaje retrospectivo a las Ferreries industriales de los siglos XIX y XX. Conocido desde época renacentista como el barrio de extramuros ubicado al otro lado del Pont de Barques, este había ido ganando, poco a poco, más prestigio y había acabado convirtiéndose en un lugar muy transitado por comerciantes, viajeros y gente de paso que cruzaban el Pont de Barques que finalizaba en la zona del caballete que hoy en día se conserva todavía en el sótano de la Destilería Lehmann.
Todo este trajín había favorecido que se establecieran fondas, hostales y comercios de todo tipo a lo largo de la Avenida de Cataluña, así como también en la calle Comercio que, como su nombre indica, estaba llena de actividad comercial. Era tal la actividad que, incluso, hay constancia de la existencia de un tranvía de tracción animal para facilitar los desplazamientos de la gente en aquella zona
En medio de este contexto histórico, una familia de Vinaròs, Manolo Camós Juan y Dolors Borràs Juan, emprenden el camino hacia Tortosa para hacerse cargo de un negocio de salazones que estaba en estado ruinoso, instalado en la C/Comerç. No solo consiguen reflotarlo, sino que al final se dedican también a vender conservas, legumbres y sal de las Salinas de La Ràpita. Mientras, en el chaflán ubicado entre la Avenida de Catalunya y la C/ València, la familia acomodada de Pere Lafarga encargó la construcción de un edificio modernista al arquitecto municipal de entonces, Pau Monguió i Segura que, años más tarde, sería el artífice constructor del Matadero Municipal. El edificio se ejecuta en 1904 y durante unos años es residencia familiar y hostal de viajeros y obreros del barrio. Ahora bien, un día, fruto de una apuesta en una partida de cartas, en 1922 la casa pasa a manos de los Camós que, de entrada, decidieron hacer una serie de remodelaciones para instalar la tienda y el almacén en los bajos del edificio. Se encontraban en el momento más álgido del negocio, antes de la Guerra Civil, pero Manuel Camós muere en 1932 y este se traspasa a la viuda y al hijo, Manolo Camós Borràs, padre del actual propietario, Luis Camós, que ha preservado la esencia de aquella casa modernista, haciéndole alguna reforma y adaptándola a los nuevos tiempos, pero convirtiéndola en una especie de casa-museo que atesora piezas de un alto valor patrimonial y de coleccionismo.
Los encargados de hacer la visita guiada fueron la periodista, Irene López, y el arquitecto y archivero del COAC, Toni López Daufí. Ambos son los estudiosos que están catalogando y documentando los interiores de los 42 edificios modernistas que hay solo en la ciudad de Tortosa con la voluntad de poder crear un inventario de los bienes muebles, junto con la comisión de Patrimonio de la Generalitat de Catalunya, así como llevar adelante la publicación de un libro-guía de la Tortosa Modernista.
La Casa Camós, pues, consta de una capilla con piezas muy curiosas como el crucifijo de Rosa Mª Molas o una Maiestas Domini de marfil procedente de la congregación religiosa de las monjas de la Consolación destinadas a Somalia. También hay un par de retablos dedicados a St. Ramon y la adoración de los Ángeles, este último del siglo XVII, de talla barroca.
La escalinata de acceso es de mármol, con un zócalo de piedra elaborado con la técnica del estucado al fuego, del autor Pinyol, y una barandilla de hierro fundido con un pasamanos de madera ergonómico y adaptativo a la mano, de inspiración gaudiniana. La escalera está presidida por una escultura de bronce de la Venus con la técnica de los paños mojados, obra del escultor canario, Àngel Acosta, muy amigo de los propietarios. De hecho, se podría decir que Casa Camós es bien un pequeño museo dedicado a Acosta, dado que se encuentran una gran cantidad de piezas únicas y bocetos originales del artista.
Uno de los espacios más preciados, a nivel ornamental, de la casa es el comedor, donde todavía se conserva el mobiliario de la época, los green-mans del techo o, incluso, un organillo rescatado y restaurado, después de un saqueo de la Guerra Civil en el que lo habían tirado por el balcón
También son curiosas algunas particularidades modernistas como la balanza donde se pesaban los salazones de la tienda y las pilas de mármol de la cocina, los dragones que sostienen los faroles de la terraza, un San Jorge a caballo matando al dragón del siglo XIV, los pavimentos de baldosa de Castilla o páginas de unos códices de la Catedral de Santa María que habían estado a punto de quemarse, entre muchos otros.
Y de la vivienda particular, se pasaba a visitar el edificio religioso, en este caso, el de la Iglesia del Roser. Una edificación neogótica de finales del siglo XIX, obra de Joan Abril i Guanyabéns que, de un inicio, debía estar dedicada a la advocación del St. Crist pero que, ante una inminente expropiación del convento de los dominicos del otro lado del río para iniciar las obras de construcción del puente del Estado, deciden trasladar las imágenes y retablos del Roser al nuevo convento que aún se estaba construyendo. Así pues, al final prefirieron mantener el culto al Roser. La iglesia proyectada debía ser mucho más alta, con dos torres de 70 metros, y un remate con una aguja de 17 metros, que la habrían convertido en el edificio más alto de Cataluña. A pesar de todo, se acabó el dinero y se dejó con una sola torre de 53 metros y con unos acabados de ladrillo muy pobres. Con el estallido de la Guerra Civil y los bombardeos, cae la torre del campanario y, cuando Regiones Devastadas la reconstruye la deja con solo 40 metros.
Se llama Virgen del Rosario porque cada Ave María del rosario simboliza una rosa para la Virgen y, todas juntas, forman un rosal. En las fachadas laterales iban los 4 evangelistas y la fachada principal (ahora ubicada en un lateral) debía estar presidida por la Virgen del Rosario. Pero todas las imágenes fueron decapitadas también en la Guerra. La del Rosario se encontró enterrada en el sótano de la Sacristía y ahora todavía se conserva un fragmento en un lateral del altar. La imagen alternativa tampoco fue funcional porque era de grandes dimensiones y San Domingo no recibía el rosario de las manos de la Virgen. Ésta está ubicada arriba del coro, mientras que para el altar se hizo otra, que es la que hay actualmente.
La visita, corrió a cargo del también arquitecto, Carlos Vergés, y estaba previsto el acceso al coro y al campanario, pero, por razones de seguridad, finalmente se evitó subir a todo el grupo a lo alto de la torre. No obstante, en pequeños grupos y bajo demanda previa, sí que se podrá visitar, según informó el párroco de la Iglesia.
La visita iba a finalizar con el descubrimiento de la Destilería Lehmann, pero por un imprevisto familiar de los propietarios, no pudo ser. En este caso, la Asociación de Vecinos de Ferreries se ha comprometido a avisar a todos los asistentes de una nueva fecha para poder realizar las visitas a la fábrica.
La jornada tuvo lugar las mañanas de sábado y domingo y finalizó con un pica-pica en la sede de la Asociación de Vecinos.
