A mediados de octubre ya advertíamos —con datos, imágenes y testimonios— de la presencia de campamentos ilegales en la Avenida Tarradellas, en el barrio de Cappont, junto a los Camps Elisis. No era un fenómeno puntual ni improvisado: hablábamos de asentamientos consolidados, que hacía meses que se mantenían allí sin ninguna actuación decidida por parte del gobierno de la Paeria. En aquel momento reclamamos la intervención coordinada de Servicios Sociales y la Guardia Urbana para buscar una solución humana, segura y ordenada. No pedíamos nada extraordinario; simplemente exigíamos que el gobierno hiciera su trabajo.
Un mes después, ante la total inacción del gobierno socialista, nos vimos obligados a volver a denunciar la situación, esta vez a través de un vídeo y de un artículo en la prensa. Y decíamos, sin exageraciones ni dramatismos:
“Así está la zona de la Avenida Tarradellas, al lado de los Campos Elíseos. Tiendas de campaña convertidas en campamentos, chabolas y barracas improvisadas, hogueras de noche y de día, cocinas caseras, construcciones ocupadas, actividades sospechosas y basuras de todo tipo esparcidas por doquier. Esto, sumado a la chatarra acumulada y a los mercados ambulantes con venta ilegal de productos, está degradando completamente el espacio.”
Esto lo decíamos hace semanas. Pues bien: hoy, todo sigue igual. Ninguna actuación real, ningún cambio, ninguna propuesta, ningún gesto. El mismo desorden, la misma inseguridad, la misma degradación. Y, sobre todo, el mismo silencio del gobierno.
Las preguntas que hacíamos entonces, hoy tienen aún más sentido: ¿Será esta la imagen de la zona cuando se haga la nueva Feria? ¿Dónde está el famoso plan de inclusión socialista? ¿Dónde está el “ascensor social” del que tanto presumen?
En Lleida tenemos demasiada experiencia en planes que se anuncian, que se encapsulan en un PowerPoint, que se presentan en rueda de prensa y que nunca se despliegan sobre el terreno. Y la realidad —la de verdad, la que pisan los vecinos, la que ven los comerciantes, la que perciben los visitantes— no entiende de titulares ni de discursos. La realidad habla por sí sola. Y hoy, la realidad de la Avenida Tarradellas es una imagen inequívoca de dejadez y desgobierno.
No estamos ante un problema sobrevenido. No es fruto de una crisis puntual. No es consecuencia de una situación social inesperada. Son meses y meses de permisividad y de inacción. Es una manera de gobernar: esperar que el tiempo resuelva lo que el gobierno no quiere afrontar. Pero el tiempo, en estos casos, solo empeora las cosas. ¿Quién acaba pagando las consecuencias? Los vecinos, que conviven con el miedo y la suciedad. Los comerciantes, que ven mermar su actividad. Y la ciudad en su conjunto, que pierde atractivo, confianza y capacidad de atraer nuevas inversiones.
Quienes defendemos una Lleida ordenada, digna y segura hemos sido muy claros: la solución pasa por el sentido común, la dignidad, el orden y la identidad. No es ningún eslogan; es una hoja de ruta.
Sensatez, para actuar con criterio y sensibilidad, sin criminalizar a nadie pero tampoco sin mirar hacia otro lado.
Dignidad, porque no podemos permitir que haya personas viviendo en condiciones indignas en el espacio público. Orden, porque la convivencia requiere normas claras y cumplimiento de la legalidad. Identidad, porque queremos una Lleida que se quiera, que se respete y que proyecte la mejor imagen de sí misma.
Es muy fácil hablar de inclusión cuando solo es una palabra repetida en un discurso. Es muy fácil hablar de “políticas transformadoras” cuando no se quieren asumir responsabilidades reales. Es muy fácil hablar de un “ascensor social” cuando afuera, en nuestras calles, vemos personas viviendo en barracas, comiendo entre escombros, haciendo fuego a metros de la carretera. Ningún ascensor social funciona si sus pilares son la dejadez y la permisividad.
Lérida no se merece esto. Los vecinos de Cappont, tampoco. Y los que vivimos y amamos esta ciudad no nos resignaremos. Lo que pasa en la Avenida Tarradellas no es un detalle menor. Es un símbolo. Es la prueba visible de un modelo de gobierno que agota la paciencia de los leridanos y deteriora la imagen de la ciudad. Y por eso continuaremos insistiendo: Lérida necesita orden. Lérida necesita dignidad. Lérida necesita gobierno.
