La intrahistoria del camino que convirtió Tarraco en Patrimonio de la Humanidad

Tarragona vivió un año intenso y apasionante, en el que fue superando etapas hasta culminar con la victoria de su candidatura en Cairns (Australia)

30 de noviembre de 2025 a las 07:00h
Actualizado: 30 de noviembre de 2025 a las 15:47h

30 de noviembre de 2000. Pasadas las tres de la madrugada, la tensión se palpaba en diversos puntos de Tarragona. "¿Por qué demonios no suena el teléfono?", pensaban algunos. Otros directamente se habían quedado dormidos bien cerca del aparato, con la esperanza de que el sonido de la llamada los despertara con una noticia positiva.  

Todos ellos esperaban saber si los monumentos de Tarraco pasaban a convertirse en Patrimonio de la Humanidad o si la ciudad quedaba a las puertas de esta hito histórico. De hecho, en la redacción del Diari de Tarragona esta dicotomía era más evidente que en cualquier lugar. A un lado, un especial de 16 páginas dedicadas al patrimonio romano y a la gran noticia. Al otro, una versión como un día cualquiera.  

A pesar de disponer de estas dos opciones, en la redacción no se contemplaba que la nominación no culminara con éxito y la duda era si aquellas páginas saldrían el 30 de noviembre o directamente el 1 de diciembre. “Teníamos mucho material preparado, estábamos expectantes”, rememora Carles Gosálbez, entonces periodista local en el Diari y especialista en patrimonio. 

Hacia la una de la madrugada habían recibido una llamada de la delegación tarraconense desde Cairns (Australia), donde se celebraba la Asamblea de la UNESCO. Era Maria Mercè Martorell (PP) -consejera de Patrimonio hacía menos de un año- avisando que podía ir para largo. La cosa, sin embargo, cogió ritmo y a las 3.39 h la llamada de Albert Vallvé (CiU), consejero de Cultura, transmitía las anheladas palabras: “ya somos Patrimonio de la Humanidad”. ¡A toda máquina! 

Portada del Diari de Tarragona el 30 de novembre del 2000. Font: Biblioteca de Tarragona

Las llamadas fueron una constante aquella madrugada. Una vez transmitida la efeméride al alcalde Joan Miquel Nadal (CiU), Maria Mercè Martorell llamó rápidamente a la agencia Feeling Comunicación (ahora Feeling WOW). En un pequeño séptimo piso de la Rambla Vella, Pep Escoda se había quedado dormido en uno de los sofás y, cuando sonó el teléfono, lo cogió sin estar del todo despierto aún. "¡Ya lo tenemos, ya lo tenemos!", gritaba Martorell desde la otra punta del mundo. "¿Tenemos el qué?", pensó en un primer momento. Poco tardó en darse cuenta de que Tarragona acababa de escribir una página histórica.

La agencia tenía preparada una revista, que se empezaría a imprimir esa noche, y que al día siguiente inundaría las calles de Tarragona. Pep Escoda reconoce que, si el veredicto hubiera sido contrario, se la habrían tenido que “comer con patatas”. Aun así, confiaba plenamente en ella: “Los que estábamos allí estábamos convencidísimos de que ganábamos. La Mercè es capaz de ir al desierto y venderles arena”.  

A las ocho de la mañana, 21 cohetes desde la plaza de la Font anunciaron que Tarraco era Patrimonio de la Humanidad, las campanas repicaron a la vez y los barcos sonaron a todo trapo. El día 2, ya con toda la delegación tarraconense de vuelta en casa, se celebró una gran fiesta, con el Seguici Popular incluido. 

Brindis la mañana del 30 de noviembre con alcalde y consejeros de gobierno en la plaza de la Font. Dep. Prensa Mauri. Centre d'Imatges de Tarragona / L'Arxiu 

Aquel día, el Diari publicó un suplement guardado en la retina de muchos lectores. “Hicimos un diario entero con noticias inventadas, pero que tenían base histórica y la apariencia de un diario romano”, explica Carles Gosálbez, encargado de coordinar aquella pieza. Entre sus páginas, se podían encontrar esquelas extraídas de la necrópolis, la noticia de la victoria de Eutyches en la sección de deportes o una carta de un ciudadano de Barcino (Barcelona) que se quejaba del centralismo de Tarraco. “Era muy divertido”, recuerda Martorell.  

No somos singulares 

A pesar de la fiesta y la reivindicación que se hace 25 años después, el camino no fue nada fácil. La idea surgió en el Congreso de Arqueología Clásica de Tarragona de 1993 y consiguió entusiasmar a buena parte de la sociedad civil de la ciudad. Actividades de todo tipo inundaron Tarragona, el aval de Federico Mayor Zaragoza -director general de la UNESCO- nos dio fuerza y en 1997 se consiguió que la propuesta superara la selección estatal. El primer jarro de agua fría estaba por llegar.  

El 6 de febrero de 1998 la observadora de ICOMOS, Teresa Marques, visita Tarragona y enfría las aspiraciones de la ciudad. La portuguesa asegura que la gestión del patrimonio es un desastre por la dispersión de competencias, que los monumentos están poco conservados y mal señalizados y que no ve en ninguna parte su singularidad. Este último punto fue el más polémico y se ganó la crítica de buena parte del mundo científico. A pesar de estas discrepancias, el informe dejó tocada la candidatura.  

Tarragona aplazó hasta en dos ocasiones la declaración y encaró el 2000 con relevos en el Ayuntamiento. A finales de año, CiU rubricó un pacto con el PP, donde Maria Mercè Martorell tomaba el control de Patrimonio y de la declaración, que dependía de alcaldía hasta entonces. Era una apuesta personal de la popular, que quería jugárselo todo a una carta. “Mis compañeros de partido me decían que era un suicidio. Si la cosa salía mal, sería culpa del PP. Pero yo lo tenía claro. Si iba bien, perfecto. Si no, al día siguiente tenían mi carta de dimisión”.  

Maria Mercè Martorell en la actualidad en la plaza de la Unesco

Para Martorell, uno de los grandes hándicaps era “el cansancio de la gente”, el “runrún” de que no nos lo darían e incluso las tensiones políticas: “Los mismos partidos no creían. La semana antes de ir a Australia fue tremenda”. A pesar de todo, la maquinaria del Ayuntamiento se volcó.  

No hace falta ver nada más 

En la primavera de 1999, la visita de la presidenta de ICOMOS España dio esperanza a las aspiraciones tarraconenses y el 3 de marzo de 2000 llega el apoyo definitivo. El británico Henry Cleare, miembro de ICOMOS, aterriza en Barcelona y sube a un coche con el director general de Patrimonio de la Generalitat y el subdirector de Patrimonio del Estado. Paran primero en el Arco de Bará, posteriormente en la Torre de los Escipiones y se detienen ya en el Circo de Tarragona, donde les esperaba Maria Mercè Martorell.  

Cuando Cleare ve el Circo, queda boquiabierto: “con esto no necesito ver nada más”, afirma. La comitiva le enseña buena parte de los monumentos de la candidatura y el informe, esta vez sí, es favorable. El visto bueno definitivo llega al Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco, celebrado en París aquel junio, que avala la candidatura para que pase a la ronda definitiva: la asamblea. “En París se nos dijo que cumplíamos los criterios. Sobre todo porque no somos un parque arqueológico, sino una ciudad donde se ha continuado viviendo durante 2000 años dentro del conjunto arqueológico y con los restos integrados”, puntualiza Martorell.  

Las gestiones en todo este período fueron diversas y Martorell recuerda que se tuvieron que hacer con cierto secretismo. Pocas personas estaban al tanto de cada paso del Ayuntamiento. Más allá del alcalde, una de las personas informadas era Pere Valls, en la oposición con el PSC. “Era muy importante. Si salía, valía la pena. Pero tenía que ser prudente y discreto”, explica el exconsejero socialista.  

El patito feo 

La prueba de fuego definitiva llegó a la Asamblea de la UNESCO, celebrada entre el 27 de noviembre y el 2 de diciembre en Cairns. Allí la geopolítica era esencial. No se trataba de tener votos a favor, sino de contrarrestar las opiniones contrarias. Si atacaban a un aliado español, el representante de España salía a defenderlo. Aquel año, el Estado llevaba cinco propuestas, una de ellas también era catalana: el Valle de Boí.  

De hecho, Tarraco se había convertido en el patito feo y la Vall de Boí se había llevado todos los focos desde Cataluña. “La Vall de Boí estaba apoyada por la Generalitat, mientras que nuestra propuesta no lo estaba mucho. No salíamos ni en la tele”, analiza Martorell. La impresión no venía solo de la consejera de Patrimonio, el periodista Carles Gosálbez también recuerda esta tendencia: “Solo había que ver las noticias que daba TV3. La candidatura de Boí salía constantemente y nosotros solo de vez en cuando”.  

Tensión indescriptible 

Dejando de lado los roces territoriales, Tarragona tuvo que esperar hasta los últimos días para saber el veredicto. Iba bajo el paraguas de “Spain”, a la cola en orden alfabético. Llegado el momento, ya habían presenciado cómo en aquella asamblea los más beligerantes habían sido los representantes de Tailandia y Marruecos, que se habían opuesto sistemáticamente a muchas declaraciones. Tarragona también tuvo que superar su minucioso examen. 

Una vez Henry Cleare presentó nuestra apuesta, el miembro marroquí pidió la palabra y dejó a la delegación tarraconense con la cara desencajada. “Cuando levantó la mano, se me heló la sangre”, rememora Martorell.  

Sorprendentemente, hizo varias preguntas sobre la propuesta, sin atacarla frontalmente en ningún momento. La última, sin embargo, los cogió con el pie cambiado. "¿Si es tan buena la candidatura, me podría decir por qué no pasó la primera selección los años anteriores?". Entonces, Cleare no dudó y lo reconoció: "Porque detrás de las instituciones hay personas y, a veces, las personas nos equivocamos". El marroquí, satisfecho con la respuesta, cerró el interrogatorio: "Me alegro de que lo reconozca porque esta declaración es una de las mejores y hace años que debería estar declarada".  

Cena de gala para celebrar la nominación con la consellera Martorell y la soprano Teresa Berganza. Dep. Prensa Mauri. Centre d'Imatges de Tarragona / L'Arxiu

Martorell, quien relata el intercambio dialectal entre ambos, recuerda también la conversación posterior que tuvo con él, donde el marroquí le explicó que quería que se retractaran del error cometido hace unos años. El sí definitivo hizo estallar de alegría a la delegación tarraconense y fue el pistoletazo de salida de la batería de llamadas que mencionábamos anteriormente. “Nadie dejaba sonar dos veces. Todo el mundo descolgaba rápidamente”.  

Tarragona conseguía un sello que, como comenta Martorell, había sido fruto de un trabajo conjunto de ciudad. La tarea del alcalde Recasens (PSC) fue “capital para dignificar el patrimonio”, diversas personas se implicaron en el largo recorrido de la declaración y el empuje de Martorell remató un gol que considera el “punto culminante” de su carrera política. 

Cena de gala para celebrar la nominación. Dep. Prensa Mauri. Centro de Imágenes de Tarragona / El Archivo

Una nueva mirada 

El efecto fue inmediato. Durante el puente de diciembre las cifras de visitantes se dispararon. De 3.655 visitantes en 1999 a 18.146 en 2000. Además, Tarragona entraba en el mapa de un público “muy exquisito” centrado en visitar declaraciones y también de un público general que descubría por primera vez una joya que se encontraba a pocos kilómetros de su casa. De la mano, vinieron también múltiples inversiones que hicieron un salto cualitativo al patrimonio tarraconense.  

Aun así, todos destacan que lo más importante fue el “clic” que se generó en la ciudad. “Los tarraconenses tomamos conciencia de la importancia de los monumentos de Tarragona, ya no eran solo piedras. Cambió la mentalidad y la visión”, analiza Carles Gosálbez. 

“Significó autoestima, orgullo y un conocimiento brutal. Por otro lado, históricamente, cuando en Tarragona salía algo, se tapaba. Con la declaración, la protección estaba blindada”, explica Martorell, que destaca cómo muchos establecimientos siguieron el ejemplo de locales como el restaurante Les Voltes, que integraba el patrimonio en su comercio. “Hicimos del defecto virtud”

25 años después, aquel orgullo continúa vivo. Tarragona es más consciente que nunca de que su patrimonio no es solo un conjunto de piedras, sino el reflejo de nuestra identidad.