El Águila de Tarragona: 40 teclas como símbolo de la ciudad

Fue la segunda bestia en recuperarse y se ha convertido en uno de los elementos más aclamados durante las fiestas de Santa Tecla

19 de septiembre de 2025 a las 07:00h

“Ni cuando recibí el encargo de construir el Águila, en un momento en que la fiesta apenas recuperaba entidad, nunca me habría imaginado el vuelo que todo ello acabaría cogiendo. La gente ha perdido la fe de muchas maneras, pero la fiesta tiene la capacidad para generar al mismo tiempo mucha devoción. Con el Águila forjamos un símbolo de Tarragona”. De esta manera explicaba Antoni Mas el impacto que había tenido su creación y la recuperación del séquito hace diez años.

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Ahora, cuarenta años después de la reaparición del Águila, la bestia sigue recorriendo las calles de Tarragona y se ha convertido en uno de los elementos más icónicos y queridos de la fiesta mayor. Aunque los aligueros busquen huir de esta etiqueta. “¿Los más queridos? No nos creemos que somos más que nadie ni que somos los protagonistas. Es verdad que somos el primer elemento después del fuego y es el momento en que los que se han apartado se acercan al séquito”, explica Òscar Príncep, vocal del Águila y portador desde hace 14 años. 

Cuando todo estaba por hacer

Aunque ahora estamos acostumbrados a disfrutar de uno de los séquitos más completos del país, en 1986 la situación era muy diferente. El séquito se encontraba en pleno proceso de recuperación y la única bestia que había regresado era el Dragón en 1985. Fueron los Diablos de Tarragona quienes tomaron la iniciativa para volver a dar vida al símbolo más solemne de la ciudad: el Águila.

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“Se eligió el Águila porque representaba un reto difícil, la pieza más simbólica de la ciudad y, además, tocábamos las narices a toda aquella gente que decía, que éramos una pandilla que sólo sabía hacer fiesta a partir del fuego y del ruido”, relata Josep Maria Macias en el libro La Bajada del Águila vista por los aligueros. Por su parte, Òscar Príncep también señala el valor de la figura a la hora de apostar por ella: “Quizás tendría más sentido un elemento de fuego, pero se eligió uno de los más importantes a recuperar”.

Dicho y hecho. Antoni Mas diseñó y construyó una pieza majestuosa, cincelada en latón sobre una estructura de hierro e inspirada en el Águila de Girona. Como en el siglo XVI la bestia había ido a cargo del gremio de plateros y herreros, su reconstrucción se hizo con técnicas artesanales parecidas a las de la época.  La corona, obra de la joyera Blázquez, se inspiró en la del primer conde tarraconense, Robert Bordet (siglo XII).

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En cuanto a la música, el debate también fue intenso: algunos apostaban por melodías tradicionales, mientras que otros querían una banda con un repertorio más “festivo y dinámico”. Finalmente, se impuso esta segunda opción, y hoy el Águila baila al ritmo de marchas y pasodobles como L’Amparito Roca, Paquito el chocolatero, El bequetero y El patumaire, además de tres piezas propias: El baile del Águila y dos versiones de La marcha del Águila.

De ocurrencia a imprescindible 

Aunque Òscar Príncep explica que no siempre ha sido fácil encontrar sinergias entre los Diablos y el Águila, apunta que hay un día en que hacen más piña que nunca: la Bajada del Águila. “El momento que más nos une es el día de la bajada. Necesitamos a los Diablos, que nos hacen de cordón. Es un día complicado y ellos hacen un trabajo muy importante”, remarca. 

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Los inicios, sin embargo, eran muy diferentes de la masificación actual. Todo se remonta a las primeras teclas. Los aligueros tenían que bajar la bestia desde la Parte Alta hasta el local de los Diablos, entonces en la plaza de la Media Luna. Como la Rambla estaba llena durante el día y bajarla el mismo 22 “era un palo”,  la solución fue hacerlo después de las verbenas del 21 de septiembre, de madrugada. Una opción que obligaba a realizar la bajada a las cinco o seis de la madrugada y encargar esta tarea a quien hubiera digerido mejor la noche de fiesta. Sólo participaban los aligueros, los Diablos y unos cuantos amigos.

En aquel momento, el Águila no bajaba por las escaleras de la Catedral —hoy la imagen icónica— sino por la calle Pare Iglesias y Mercería. Todo cambió el 22 de septiembre de 1989, cuando la lluvia obligó a recoger rápido el séquito. Josep Maria Macias propuso bajarla por las escaleras, y la apuesta cuajó hasta convertirse en tradición. La idea la han replicado posteriormente otras bestias del séquito, considerándose uno de los días más bonitos después de la entrada del brazo. 

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La música también marcó un antes y un después. Hasta 1989, no había banda. Todo era improvisado hasta que hubo un punto de inflexión. El protagonista fue el trompetista de Els Pets, Xavi Torné. Cuando volvía de un bolo con el grupo, aparcó en el Pla de la Catedral y fue a reunirse con todo el mundo en la verbena. “Mi novia me dijo: podrías tocar el Amparito. Entonces todos los que lo oyeron dijeron que tocara”, explica Xavi. Fue a buscar la trompeta al coche y acabó poniendo música a la bajada por primera vez. 

No fue hasta 1997 que la Bajada entró en el programa oficial, después de un intenso debate entre institucionalizarla o mantenerla como un acto íntimo. Desde entonces, se ha convertido en uno de los actos más multitudinarios y esperados.

Este éxito también genera diversas reflexiones. ¿Se ha perdido la esencia? Para Santa Tecla 2024, se intentó contraprogramar con un concierto de Figa Flawas, pero el resultado fueron dos espacios llenos. Las medidas de seguridad han aumentado, pero la tendencia es imparable. Òscar Príncep lo resume: “La calle estará siempre a tope y querer cambiarlo es muy difícil y quizás un error”.

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Con el tiempo, la Bajada ha pasado de ser una ocurrencia entre amigos a convertirse en un acto de referencia. A pesar de las críticas sobre si se ha perdido la esencia, la realidad es que el Águila sigue despertando pasiones y mantiene un simbolismo que trasciende generaciones. Para los aligueros, estos días de Santa Tecla son el centro de su actividad anual y el orgullo de hacer bailar a la bestia sigue intacto, cuarenta teclas después. “Una cosa se hace importante cuando para la gente es importante. Si bajáramos y no hubiera nadie, no sería tan relevante”, sentencia Òscar Príncep.

40 teclas en la calle

De cara a la celebración de estas 40 teclas, el Águila tiene en cartera tres grandes momentos. El primero es el cambio de vestidos, que después de 30 años de desgaste tendrán una renovación con exactamente el mismo diseño. En segundo lugar, la exposición fotográfica que inauguraron el 10 de septiembre en el Antiguo Ayuntamiento y hace un repaso por toda su historia. Y, finalmente, la batalla de bandas del 20 de septiembre en la plaza Corsini. La Banda Unión Musical de Tarragona (BUMT) se enfrentará a la Banda de la Agrupación Musical del Maresme en una batalla que promete hacer bailar tanto o más que el día de la bajada.

Forjada por herreros y plateros

Las primeras referencias del Águila de Tarragona datan de 1531, año en que empezó a salir portada por la Cofradía de San Eloi de los Herreros y los Plateros. Esta cofradía era de nueva implantación y se creó para dividirse de la Cofradía de los Carpinteros. En estos inicios, la bestia aparecía en las profesiones de Corpus y Santa Tecla, donde bailaba cerca de la Custodia o del Brazo de Santa Tecla. En 1588 se produjo la separación de los plateros y los herreros, y estos últimos quedaron a cargo de la bestia. En 1580 el capítulo catedralicio dio consentimiento para que el Águila se pudiera guardar dentro de la Sede. Sin embargo, doce años después, se produjeron una serie de incidentes entre los portadores y la Iglesia, ya que algunos cargos de ésta quisieron impedir la participación del Águila en las fiestas y amenazaron a los portadores con la excomunión.

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La presencia de la bestia continuó hasta 1804, en que desapareció a causa de la Guerra del Francés. A partir de la guerra se han encontrado pocas noticias. Probablemente volvió a las calles hasta el año 1851, coincidiendo con la extinción del Gremio de Herreros que la gestionaba.

 

Sobre el autor
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Adrià Miró
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