Llega el verano y, no sé muy bien por qué, lo asociamos a una época en la que los jóvenes se hacen más presentes por todas partes y, como curioso efecto secundario, aparece en diferentes sobremesas aquella cantinela paternalista de que los jóvenes necesitamos tutelas, que espabilemos y que no entendemos mucho de la vida que no gire en torno a una cerveza.
"Los jóvenes dan miedo", "no hacen nada", "no respetan"... Si eres joven se te atribuyen falta de capacidad debido a la falta de experiencia y un exceso de idealismo que, evidentemente, "ya te pasará cuando te hagas mayor". La experiencia es un grado, seguro. Pero las capacidades no vienen determinadas por la edad, el género, el origen o la clase social. Desgraciadamente, sí que estas circunstancias determinan las oportunidades que nos encontraremos a lo largo de la vida.
En política pasa absolutamente lo mismo. Los jóvenes ya están implicados políticamente, protagonizando movilizaciones en contra de las violencias machistas, llenando las plazas y calles por la vivienda digna o denunciando la crisis climática. Pero falta que se le den las oportunidades para entrar en las instituciones.
Es necesario que demos este paso del activismo a la efectividad de la acción política por muchas razones, entre otras para que dejen de pasar cosas tan ridículas como que personas que llegan o pasan de la cincuentena ocupen espacios de responsabilidad en las carpetas o concejalías de Juventud. Pero sobre todo para que las instituciones profundicen su democratización, porque sólo dejando entrar voces jóvenes que responden a realidades diversas las políticas públicas podrán responder a nuestras verdaderas necesidades.
Tenemos que creernos nosotros mismos la necesidad que tienen nuestros municipios de que entremos a practicar la política efectiva porque la experiencia es un grado, pero tiene fecha de caducidad; y porque podemos defender que nuestra juventud tampoco podrá ser nunca la de nuestros padres, porque es la nuestra y el contexto que nos ha tocado vivir, puede ser mejor o peor, pero seguro que es diferente.
Necesitamos a los jóvenes que han tenido que huir de sus países de origen para erigir un presente más digno en nuestra casa, jóvenes que quieren tener hijos pero no lo hacen porque creen que esto puede truncar su carrera profesional, jóvenes a quienes cuesta Dios y ayuda compaginar los estudios con trabajos precarios y llegar a final de mes.
Los jóvenes no somos el futuro, somos el presente y tenemos las ganas, la ambición y el idealismo que conviene para transformarlo. Y, afortunadamente, tenemos ya algunos ejemplos de la fuerza y buen gobierno de alcaldes y alcaldesas jóvenes, como Omar Noumri, Maria Cusola, Jordi Verdú, Solés Carabassa o Amador Marqués. Personas que están dedicando años de su juventud a la función pública para mejorar los proyectos vitales de las personas que viven en sus municipios.
En 2023 tenemos la oportunidad de que más personas como ellas lideren las transformaciones que hacen falta en los municipios. Para que puedan pasar cosas diferentes a las actuales y se impulsen políticas que favorezcan el arraigo de los jóvenes en los pueblos; para que se garanticen todas las oportunidades que merecemos y necesitamos, no las que creen que más nos convienen aquellos que en su día fueron jóvenes en un contexto que no penalizaba socialmente la implicación en la política institucional. Los mismos que, en gran parte, nos niegan poder adquirir la experiencia que ellos han acumulado.
En 2023, nuestros municipios vuelven a pasar el examen de la gobernabilidad local. Es este el momento ideal para dar un paso adelante, para implicarnos para cambiar las reglas del juego, y decidir integrarnos en equipos que necesitan nuestra dosis de esperanza, de ilusión y de ganas de cambiar todo lo que no nos gusta desde dentro de las instituciones, y para que nuestro futuro en nuestro municipio no dependa de la suerte sino de nuestra decisión de transformar el presente.