Hay una cláusula poco conocida de la compra de esta vertiente sur de la "Montaña Pelada", el Turó del Carmel, en 1922, por parte del Ayuntamiento de Barcelona. Los herederos de Eusebi Güell, propietario de la Casa Larrard y de los terrenos que estaban destinados a convertirse en una urbanización de lujo fallida, cedieron sus 17 hectáreas al consistorio con dos condiciones imprescindibles. La primera: el recinto llevaría el nombre de su padre. La segunda: se convertiría en un "parque público para el disfrute de los barceloneses".
Un siglo más tarde, los descendientes del abogado Martí Trias i Domènech, que en 1902 ordenó al arquitecto Juli Batllevell la construcción de la única finca que sigue habitada, la Casa Trias, tienen que pedir permiso a los vigilantes controlados por la empresa Barna Porters para entrar y salir de su mismo domicilio. Desde que en verano el Ayuntamiento empezó a cobrar una tarifa de 10 euros a todos los ciudadanos no residentes en Barcelona, las entradas y salidas, no solo las de la zona monumental, están flanqueadas por personal de seguridad que planta la parada ininterrumpidamente desde las 6 de la mañana y hasta las 11 de la noche.
La dueña actual del chalet, un balcón privilegiado de todo el escenario, de blanco intenso y estilo modernista, rodeada de jardines y turistas cuando la situación sanitaria general lo permite, es Elisabeth Tiernan. Nacida en Nueva York y criada en Puerto Rico, hará ya 39 años que es vecina del Coll, y poco más de una década que vive, conjuntamente con la familia de su marido, dentro del Park Güell.
"Me encuentro, a menudo, que los vigilantes me piden que les enseñe el carnet de Bibliotecas o alguna cosa que acredite mi residencia en la ciudad. Y yo les digo que no tengo ningún carnet ni me lo haré porque esto es mi casa". No son policías, simplemente personas contratadas y no tienen ninguna autoridad para pedir el DNI ni menos obligar a alguien a identificarse.
Tiernan, segura de sí misma, se toma lo absurdo de los hechos con humor, y descarga la gravedad de la situación no hacia los trabajadores, ajenos a cualquier problema y muchos de ellos, incluso, de confianza, sino ya directamente hacia el Ayuntamiento. "Los funcionarios son unos borregos que no moverán un dedo para cambiar aquello que las autoridades ya han decidido. Yo hablo a menudo con alguno de ellos e incluso están de acuerdo conmigo, pero tienen claro que alzar la voz para defender un parque público les debe comportar problemas". Un día los acontecimientos llegaron hasta el límite de retenerla y no dejar salir su coche por la puerta que conduce a la avenida del Coll del Portell. "¿Y cómo creéis que he entrado antes, volando?" les espetó ya cargada de paciencia.
Barcelona de Servicios Municipales recalca en sus estatutos (artículo 2, apartado IV) que la gestión del Park Güell se encamina a la "preservación del Parque como zona vecinal y de interés cultural, turístico y patrimonial". La Sociedad Mercantil, gobernada por el Ayuntamiento de Barcelona, que gestiona por ejemplo vigilancia o mantenimiento de muchos espacios, se gasta unos 3 millones de euros anuales para pagar los servicios prestados en este caso por Barna Porters.
El último cómputo de ingresos derivados de la venta de entradas, de 2018, muestra una facturación total de 18 millones de euros. La diferencia en beneficios, que pueden oscilar ligeramente de un año a otro, es notoria. Sin embargo, solo un 10% de todas las ganancias se invierten, de nuevo, en actuaciones en el parque.
Elisabeth Tiernan tiene claro que "los responsables no quieren ningún cambio. Solo les interesa el poder y el control de los ciudadanos". Es realista y sabe que "la situación no cambiará de un día para otro, porque hay que modificar el conjunto de la estructura, pero no por eso se debe dejar nunca la presión. Pido que todo el mundo quien pueda, incida y persevere en los medios y redes del Ayuntamiento".
La Casa Trias sigue siendo ahora mismo, más allá de una vivienda, una joya arquitectónica dentro de un recinto que fue declarado en 1984 por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad. Un valor que comparte espacio con otras dos construcciones modernistas: la Casa-Museo Gaudí, antigua residencia del arquitecto, y la escuela Baldiri Reixac, el antiguo domicilio de la familia de quien lo empezó todo: el industrial y político Eusebi Güell.