Es habitual, y más en esta maravillosa ciudad llena de plazas y rebosante de sol, que nos preguntemos cómo es que hay tantas terrazas y estén tan llenas si estamos, aún, inmersos en una crisis que ha comportado la pérdida de derechos, puestos de trabajo y propiedades a muchos y a otros, más afortunados, gran parte de su capacidad adquisitiva. Pues, la respuesta radica en el hecho de que tanto los afectados por este declive económico como las nuevas generaciones de jóvenes que se están incorporando lenta y penosamente al mercado laboral han llegado a la conclusión de que no tiene sentido ahorrar porque se ha perdido toda esperanza de estabilidad en cuanto a ingresos.
La reforma laboral hizo que los contratos indefinidos tuvieran de estable únicamente su propio nombre y quedaran reducidos a papel mojado, acabando con la certeza de una seguridad laboral y económica a largo plazo. Por otra parte, la precariedad laboral, los minijobs, el trabajo en negro, la economía sumergida, la reducción de salarios y el endeudamiento de la mayoría de familias supone que las personas prescindan del ahorro, aquellas que aún tengan cierta capacidad para llevarlo a cabo, y opten por regir su vida con objetivos a corto plazo. Así, se prescinde de hacer grandes planes pensando a muchos años vista, como se hacía antes, y, como mucho, se piensa en el viaje a realizar el próximo verano -quien pueda- y, en el mejor de los casos, en cambiarse de coche, siempre y cuando el anterior haya dado de sí todo lo que podía. Esta situación conlleva, a su vez, la sensación de que, como no se debe ahorrar para grandes inversiones, qué mejor que, en compensación a la frustración vital que esto puede suponer, que poder disfrutar con la familia, amigos o conocidos de un buen rato al aire libre tomando una cerveza, un refresco o un helado.
Lo mismo sucede con el ámbito de la restauración en general, que se beneficia del dinero que antes solía ir a la hucha de las familias para objetivos más trascendentes (la entrada para un piso, la compra de una segunda residencia, los estudios de los hijos en universidades privadas, etc.) y que ahora han pasado a ser simplemente utopías para el mismo tipo de familias que 20 o 10 años atrás sí se lo podían permitir. Si a esto le unimos que formamos parte de una cultura de calle y de bar, que estamos en una sociedad de consumo y que, en los tiempos que corren, las nuevas tecnologías y la hiperconectividad hacen que podamos obtener casi cualquier cosa al instante, pues se nos presenta el escenario perfecto para volcarnos a vivir el día a día, buscando estímulos inmediatos y constantes donde no existe ni la soledad (la real) ni el aburrimiento, llenando calles de sillas, mesitas, parasoles y toldos donde todos acudimos para sentirnos vivos y pensar que, pase lo que pase mañana, hoy hemos disfrutado un buen rato que nadie nos lo podrá quitar.
NIL HIERRO Vahusari Abogados (Rambla Nova 118-120 bxs. Tarragona) Tel. 977 219 578 - www.vahusari.com