¡TARRAGONA, DESPIERTA!

11 de octubre de 2018 a las 09:58h

Desde siempre, los tarraconenses de toda la vida nos hemos creído lo que se nos decía desde fuera, es decir, que éramos la California del Mediterráneo; que teníamos una envidiable calidad de vida, una pequeña gran ciudad hecha a medida de las personas donde podías ir caminando a todas partes; bien comunicada por tierra, mar y aire; una ciudad con historia, patrimonio y cultura; un microclima único y con unas playas de ensueño.

De hecho, durante unos años dorados no tan lejanos todo parecía presagiar que todas estas florecitas que nos vendían de fuera quizás eran verdad y que, realmente, éramos unos privilegiados y no valorábamos lo que teníamos. La ciudad primero de todo recuperó su luz, tanto lumínica como de espíritu; se recuperó la Parte Alta; el Puerto creció alcanzando un altísimo nivel; se hizo un puerto deportivo y más tarde una marina de lujo; las fiestas populares revolucionaron la ciudad y la autoestima del tarraconense aumentó notablemente. Urbanísticamente aparecieron nuevos barrios residenciales y se reordenaron otros; el Serrallo se lavó la cara convirtiéndose en un destino alternativo, más allá de su atractivo gastronómico; se creaban nuevos centros cívicos, abundaban los festivales culturales, los bares musicales, salas de fiesta, los conciertos y las películas (en versión original y en cines convencionales) y la Rambla era un lugar digno donde pasear.

Más tarde, se pasó de los hechos a las palabras, a la inversa de lo que debería ser, y se vivió muchos años de rentas, del conformismo y de futuras expectativas, todas ellas truncadas. Y actualmente nos encontramos anclados, desencantados y habiendo perdido el orgullo de decir por todas partes que somos de Tarragona. La causa radica en múltiples factores, principalmente en la falta de proyectos, en la sensación de cierta pasividad, en unos Juegos del Mediterráneo carentes de ilusión, llenos de controversias y que han restado más que sumado prestigio a la ciudad; al ver año tras año que seguimos teniendo una Tabacalera infrautilizada, un Banco de España sin ninguna idea que apasione, la Ciudad Residencial y el preventorio de la Sabinosa abandonados, el "mamotreto" de la Playa del Miracle precintado, una Rambla Nova de segunda categoría asfaltada y las calles más céntricas llenas de locales vacíos, y todo esto rodeados de suciedad, sin un mobiliario urbano nuevo y atractivo y subsistiendo con una vida cultural y de ocio nocturno ínfima que sobrevive por el empuje de asociaciones y particulares.

Ante este panorama, y una vez pasada la euforia puntual de Santa Tecla y del Concurso de Castells, volvemos, pues, a la realidad, si bien esta vez os animo a todas y todos a que lo hagamos con el empuje, la iniciativa, la creatividad y con el orgullo que hemos ido perdiendo en los últimos tiempos. Tarragona nos necesita y debemos confiar en ella, porque, de hecho, ella somos nosotros. Creemos, pues, en nosotros, espabilemos, creemos ilusión y hagamos que esta maravillosa ciudad vuelva a brillar con luz propia, con la luz de sus ciudadanos, aquella que se había apagado.