Patricio Vindel, defensor internacional de los derechos humanos LGTBI: "Las leyes están escritas, pero si la sociedad no las activa pueden llegar a desaparecer"

12 de abril de 2018 a las 08:50h

Patricio Vindel es un activista hondureño que casi ha entregado su vida a la defensa de los derechos humanos LGTBI. Durante 8 años, trabajó intensamente en su país con OPROUCE, un organismo del cual fue cofundador. Después del golpe de estado en Honduras, en el año 2009, los derechos de la comunidad LGTBI quedaron reducidos a casi no tener ninguno. Es por eso que, desde entonces, cuando la actividad del colectivo transgrede los intereses políticos del actual gobierno, se inicia una 'caza de brujas' por parte de la policía hondureña. Vindel tuvo solo dos días para abandonar su hogar y su país y pidió el asilo en España, donde se trasladó como refugiado. Actualmente, ha reconstruido su vida en Viladecans, pero reconoce que no ha sido fácil y que tuvo que "empezar de cero". El hondureño ha estado en Reus, en el marco de la iniciativa 'Ciudades defensoras de los derechos humanos', donde ha realizado varias charlas, y nos explica su experiencia. ¿Cómo definiría su lucha en la defensa de los derechos humanos LGTBI en Honduras? Hoy en día, nuda y cruda. Es defensa porque existe un nivel de desentendimiento y desconocimiento del gobierno, por lo tanto es una defensa completa. No hay una plataforma de gobierno que nos apoye y sirva de punto de partida. Tenemos que crear nuestra propia estrategia, mover nuestras fichas y si no transgrede mucho sus intereses políticos, lo aprueban, pero si no, no. Yo siempre lo defino como estrategia de supervivencia. ¿Y su experiencia personal, en la defensa de los derechos humanos LGTBI, cómo ha sido? Ha sido dura pero gratificante porque me ha dado la oportunidad de 'tocar vidas'. Es un compromiso con una causa sin ninguna intención de lucrarse, sino de ayudar a otros seres humanos. Yo siempre he atacado mucho las etiquetas porque son estas las cuales, hoy en día, nos mantienen divididos y no nos hemos dado cuenta. Esto, sencillamente, nos sigue dividiendo como núcleo y como seres humanos. Hasta que no aprendamos a tener empatía con la persona que tenemos al lado, esta situación continuará igual porque hay un nivel de indiferencia brutal. ¿A qué consecuencias se tuvo que enfrentar en su país a causa de esta defensa? A amenazas continuadas hasta tener que salir de mi país por amenazas directas de la policía, aunque, supuestamente, es una entidad que debe velar por nuestros derechos y la defensa de estos. Pero, fue la misma policía que me hizo salir de mi país. Únicamente por defender unos derechos. ¿Cómo le dijeron que se marchara del país? Se presentaron en la oficina con pistolas. Entonces, recibí el apoyo de una organización llamada Freedom House y de Amnistía Internacional. Me ayudaron a tomar la determinación de salir del país porque si no el siguiente paso era convertirme 'en una estadística más'. Dejar su hogar y su país es una consecuencia muy dura. Es dura y no considero que 'haya valido la pena' nunca, porque una persona no debería salir de su país en estas condiciones por obligación. Yo tenía mi vida, una carrera universitaria... Y tengo que reconocer que es empezar de cero: sin identidad, sin ningún apoyo a nivel de formación, sin currículum... No solo aquí, donde agradezco haber recibido todo el apoyo que he recibido; también habría sido igual en cualquier otro país. Significa tener que formar una nueva vida. ¿Cuál era su situación profesional cuando fue obligado a salir de Honduras? Ya había terminado mi carrera universitaria y estaba trabajando como coordinador de proyectos de la comunidad LGTBI. Con 30 años tenía lo que una persona con esta edad desea tener, o incluso más: ya me había independizado, ya que en Honduras nos independizamos antes y entre los 20 y 25 años ya vivía solo. Tenía una vida, un grupo selecto de amigos, y no por su posición económica, sino porque yo siempre he preferido la calidad a la cantidad. Ver mi vida destruida en dos días –porque este es el plazo que me dieron: dos días- es brutal. Si hubieras sabido que las consecuencias llegarían hasta este extremo, ¿habrías continuado con el activismo? Lo habría continuado haciendo. Hoy me tienes aquí, haciendo esta charla por la cual no gano nada más que la satisfacción nuda y cruda de conseguir crear la empatía y responsabilidad social necesarias a través de mi mensaje, porque cuanto más indiferentes seamos con las causas de otras personas, la sociedad se fragmentará cada vez más. Se dice que en España hay mucha tolerancia, pero me he dado cuenta de que es 'un velo muy fino'. Precisamente, todavía hay mucho por avanzar en este sentido, cuando aún se llega a tratar la transexualidad como un trastorno mental de 'disforia de género'. Todavía hay mucho por mejorar. Todo lo que estamos comentando y otras situaciones que se presentan, ya no debido solo al tema de la tolerancia, sino porque hemos creado una sociedad indiferente. Aquí hay tolerancia y la gente aparentemente no tiene problemas con los gais, pero el pensamiento es de "que cada uno se busque la vida". No hay esta empatía, ni existe aún este pensamiento de "No soy homosexual, pero tengo que denunciar lo que creo que no está bien". Estos son los actos que nos hacen marcar una sociedad diferente. Pero si solo estamos pendientes de nuestros problemas y soluciones y que los demás solucionen los suyos, significa que no hay empatía. De esta manera, continuamos sucumbiendo al juego de las etiquetas. Los gobiernos y las mismas sociedades nos van proporcionando ciertas casillas para clasificarnos, y no pidas más. Si tú no estás en ninguna de estas, entonces se recurre a que es "una enfermedad". El problema es este: deberíamos empezar a pensar como un todo; somos seres humanos, y nada más que eso. Tenemos que empezar a dejar las etiquetas y los estereotipos que, a veces, nosotros mismos hemos creado y empezar a vernos como tales: seres humanos. Quiere decir que la sociedad no es suficientemente coherente y aún hay una falta de concienciación e implicación. Porque hemos responsabilizado al gobierno –aunque no digo que no sea así-. Pero en España y Cataluña, la gran ventaja que hay es que existen leyes que apoyan al colectivo, el cual se incluye en la agenda pública. En Honduras no existe esto. No obstante, aquí se ha interiorizado que es responsabilidad del gobierno y por lo tanto no hay esta involucración. El problema es que las leyes están escritas en el papel y si la sociedad no las activa y no hacemos nada al respecto pueden llegar, incluso, a desaparecer. Es responsabilidad nuestra mantener estas leyes activas. Muchos las desconocen. Pero este no es el problema. Si continuamos actuando de manera tan indiferente con las situaciones del resto de personas, podemos llegar a un punto muy parecido al de mi país. Allí nos oprimieron tanto que la sociedad se acabó uniendo y empezaron a existir las organizaciones. En Honduras las organizaciones subsisten con ayuda y apoyo financiero internacional, ya que el gobierno del país ni siquiera nos incluye en su agenda pública, ni mucho menos nos dan dinero para hacer cualquier actividad. Aquí sí que existe esto, pero si nadie lo fortalece ni lo fomenta puede desaparecer. El gobierno no lo potenciará. Somos nosotros los que marcamos la diferencia. Es el pueblo quien hace normativa y la normativa social es la que hace ley y no al revés. El pueblo, a través de sus hábitos y conductas diarias, va creando norma. Esta norma se convierte en norma social porque se repite día a día, y después la norma social se convierte en ley. Porque lo que quiere el gobierno es mantener a la sociedad 'contenta'. Nos tenemos que dar cuenta de que está en nuestras manos, no en si el gobierno lo potencia o no. Tenemos que exigir diariamente al gobierno que las leyes no solo existan sino que también se apliquen, que realmente se hagan revisiones periódicas y que se cumplan como tal. No es normal que una persona que quiere cambiarse el nombre, por un cambio de sexo, tenga que acceder a un informe médico que te está diciendo, directamente, que tienes un trastorno mental. Si este es un derecho de la persona. No es una locura ni un trastorno; es, sencillamente, la voluntad de cada uno. Es más, de la misma manera que cuando nacemos nuestros padres nos bautizan con un nombre y una religión, nosotros deberíamos tener la oportunidad, a partir de los 18 años, de decidir si queremos continuar con aquella religión o con aquel nombre. ¿Qué derechos humanos LGTBI se deben seguir reivindicando como primordiales? El derecho a la no discriminación. Estamos creando un monstruo dentro del colectivo LGTBI porque los subgrupos siguen existiendo, así como entre los heterosexuales. Pero, tiene más connotaciones en nuestro 'gremio' porque somos minoría. Cuando se da una situación que sale de las siglas LGTBI, como por ejemplo que a una mujer transexual le gusten las mujeres, se tiende a pensar "¿Y ahora, qué letra le ponemos?". Pero, no necesitamos que nos pongan otra letra, nos tienen que dejar ser nosotros mismos. Saquemos todas estas letras y sencillamente mirémonos como seres humanos. No se trata de qué derechos están siendo más violentados. Estos derechos no nos los violentan solo a la comunidad LGTBI, sino al heterosexual como tal. Pero, lo hemos dejado pasar como una situación tan habitual que ya lo vemos normal. Y en las minorías se siente y se nota más. Por lo tanto, el derecho básico sería la no discriminación, que dejen de etiquetarnos por los estigmas, tabúes y estereotipos que hay en la sociedad. Cuando llegó a Barcelona, tuvo que empezar una vida de cero y dejar el activismo en un segundo plano. ¿Ha pensado en retomarlo de una forma tan activa como lo hizo en Honduras? En un principio, tenía claro que no. Pasé por un proceso psicológico y tuve la oportunidad de desconectar un poco. Hoy en día, después de un tiempo de 'duelo', reflexión y volverme a encontrar, sé que cuando eres activista, lo eres para toda la vida. Es una tarea que te llena y te alimenta. Cuando el lunes estuve nuevamente de pie, delante de unas 50 o 60 personas dando una charla, me sentí tan oxidado... Y la información sigue estando y las ganas de hacerlo también. Después de esta, sin embargo, en el resto de charlas me he sentido tan bien. Siento que hay una conexión con la gente, una respuesta y voluntad. Simplemente se trata de esto, de activar la empatía. En el marco de 'Ciudades defensoras de los derechos humanos', ha dado charlas a un público joven. ¿Cómo ha visto las nuevas generaciones en este sentido? Es cierto que he dado charlas a jóvenes, y también a público de otras edades, y he visto esta empatía en todos y la voluntad de involucrarse. Normalmente, han hecho preguntas y han tenido interés. Pero, precisamente los jóvenes, manejan este tema y por lo tanto, ya hay un trabajo hecho. Lo único que queda es que, ahora, no solo sepan esta información sino que también la transmitan en sus redes naturales. No tienen que ser activistas, pero sí que es necesario que vayan creando esta cadena. Cada acción que hacemos 'en pro de' ya es un cambio. Nunca debemos mirar nuestras acciones en minúsculas. Una pequeña acción o una palabra pueden cambiar la vida de una persona. Por eso, es una gran satisfacción para mí transmitirlo y si a través de mi experiencia puedo crear un poco de conciencia y empatía, puedo morir en paz.

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C CIUTAT
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