Miquel Casellas: "Le prometieron el paraíso"

09 de septiembre de 2019 a las 16:11h

Cuando vio por primera vez su nuevo hogar en una página web que comercializaba viviendas le pareció que había encontrado el paraíso.

Allí, en aquella pequeña elevación a cinco kilómetros de la playa, lo tenía todo a su alcance visual: el horizonte marítimo con sus puestas de sol encantadoras, no muy lejos de allí había visto carteles que indicaban la estación de tren a 0,5 kilómetros, no faltaban en aquel mapa grandes superficies comerciales que podía ver mientras tomaba un café con hielo en las calurosas noches de verano.

Contenta y feliz se embarcó en esta aventura que es comprar una casa en nuestras tierras con vistas al mar.

Nuestra protagonista era una señora de 70 y tantos años que había vendido su pisito de Barcelona presionada por las grandes inmobiliarias y había comprado con este dinero y una herencia fortuita una casita aislada en un punto de nuestro territorio costero con piscina.

Esta buena mujer hasta ese momento había presumido del buen precio que había tenido que dar por la nueva vivienda y aún no se había dado cuenta de los efectos secundarios de su adquisición.

Una de sus primeras visitas fue al médico, evidentemente sin coche tuvo que utilizar la red de transporte público municipal. El resultado es que estuvo toda la mañana para ir y volver de la consulta de su doctor de cabecera. Los servicios eran muy reducidos y daban mucha vuelta en el término municipal que había sufrido un crecimiento desmesurado de los años 60 y 70 del siglo pasado.

Nuestra protagonista en cuanto a los suministros ya había estudiado con detalle cuál era la mejor gran superficie que le podía llevar las compras a casa. Ella lo tenía muy bien estudiado y con una llamada telefónica encomendaba todo lo necesario a la empresa. En cuanto a la red no disponía de fibra óptica y sus conexiones eran más propias de los años 90 que de la actualidad. En su momento había leído que en un par de años habría fibra óptica en todo el municipio, pero esta era una de esas promesas que sabes que nunca se cumplirán del todo. Para este tema ya estaba resignada y ya sabía que la cosa tenía sus limitaciones por muchos años.

Pasaban los días y las semanas y se había aprendido de memoria los horarios del transporte local que le llevaban a 300 metros de su hogar, lo más cercano que había encontrado en la red local de autobuses. En esta su hogar nunca vio a un basurero como los que veía cada vez que iba a la oficina central para pagar sus impuestos.

Muy de vez en cuando veía algún coche de policía que pasaba por delante de su casa vigilando que todo el barrio permaneciera tranquilo.

Le prometieron el paraíso, pero éste pronto se desvaneció cuando por las noches según como soplaba el viento oía los trenes de mercancías que pasaban rápidamente por aquellas vías que tenía no muy lejos de su terraza.

Un sueño que también se truncó en las noches de lluvia o viento que toda aquella zona se quedaba a oscuras porque el cableado eléctrico ya hacía días que estaba en mal estado y pedía un cambio radical.

Un día se decidió ir a disfrutar de la playa, estuvo muchos días pensando en superar este reto porque prefería tenerlo en la parte de los sueños y no romper esta magia que la llevó a comprar este lugar. Pues se encontró en una playa con mucha gente que habían conquistado ese día este espacio para disfrutar de este medio entre la arena y el agua. Volvió a su torre de marfil después de esperar dos horas y media el autobús y decidió buscar otro día para volver a pisar este espacio arenoso. En los primeros meses ella se hacía el mantenimiento de todo, pero al poco alquiló a una mujer para tener la casa bien limpia y también una empresa de mantenimiento de piscinas. Había descubierto que lo más bonito de todo lo tenía allí dentro y no hacía falta buscar grandes cosas fuera de aquellos cuatro muros con buenas vistas.

Miquel Casellas