España está sin Gobierno efectivo. Bueno sí, tiene uno en funciones, una situación que empieza a ser normal en el país, aunque no sea la más deseada. Parece ser que la clase política no entiende que hay una situación de cambio de paradigma: se han acabado las mayorías absolutas y ha llegado la era del pacto. Y así llevamos casi 8 años.
Es sencillo, a priori, pero les cuesta asumirlo. Ya sabemos que una mayoría da una facilidad a la acción de gobierno porque después de discursos y posicionamientos de la oposición puedes sacar adelante las medidas, las leyes y las disposiciones que hagan falta. Ya sabemos que algunos sueñan con ello cada día, pero la sociedad y las urnas no lo dan.
Dice Yuval Noah Harari que la gente vota con los pies (véase "21 lecciones para el siglo XXI"). Tal cual. Y hace un análisis de lo que finalmente decide el voto que, contra todo lo que sería razonable, no es un estudio a fondo de las propuestas y los programas, ni siquiera la calidad o la talla del candidato/a, sino que son los sentimientos. Los sentimientos, las percepciones, la fe o la esperanza, no entienden de razones. Este hecho explica resultados electorales que, desde cierta distancia, son sorprendentes, como por ejemplo que un payaso ganara a una mujer preparada en USA.
Así, pues, estamos otra vez viviendo una época de desgobierno porque son incapaces de encontrar puntos de acuerdo que les permitan una mayoría y una elección de presidente. En los últimos años esta situación se ha vivido más de una vez y, claro, sin un gobierno dos de los poderes sobre los que, teóricamente, se basa un sistema democrático fallan: el legislativo y el ejecutivo.
Pero el poder es como la materia, que no se crea ni se destruye, y si hay un vacío este lo ocupa el poder que queda, que no es elegido por los ciudadanos sino que tiene vida propia y sus mecanismos de pervivencia y reproducción, bastante endogámicos francamente y poco democráticos, en lo que aún impera una forma de hacer más propia del franquismo que de la democracia. Hemos visto cómo crece día a día y cómo adopta actitudes chulescas.
Es lo que está pasando desde hace un tiempo en el que vemos cómo las instituciones y el poder judicial se han apoderado del panorama aprovechando el vacío que ocasiona la debilidad y la incapacidad de la política y los políticos. Cuando los tres poderes se desequilibran el desastre está asegurado.
Lo hemos visto y sufrido sobre todo desde 2017, elecciones repetidas, quiebra del gobierno, moción de censura para no llegar a ninguna parte, juicios, atentados a los derechos y libertades fundamentales como los de expresión y manifestación... y, ¡hala!, vuelve a empezar.
Las consecuencias no son banales sino muy y muy peligrosas: falta de presupuestos, de legislación necesaria, provisionalidad, inestabilidad, atrincheramiento de posiciones, comunidades que deben apretarse el cinturón y hacer un esfuerzo fiscal extra si quieren seguir prestando servicios a los ciudadanos. Una desaceleración económica que debería ponernos los pelos de punta porque aún no hemos salido de una crisis muy profunda. Una deuda estatal del 100% del PIB. Un paro que no cesa. En fin, una serie de catastróficas calamidades que pueden ir a más.
Parece que en lugar de hacerse preguntas y ver que si siempre hacen lo mismo tendrán los mismos resultados, ya lo decía Einstein, ya les estuviera bien porque, seguramente, les motivan más los intereses propios que el bienestar del país. No digo personales, que también, pero sí de partido.
Creo que deberían hacer una reflexión profunda: nuevos escenarios, nuevas dinámicas, por fuerza deben comportar visiones y respuestas adecuadas a los nuevos paradigmas. Reforzar la calidad democrática, confiar en que el diálogo puede resolver muchos problemas, ser generosos y no adoptar aquellas actitudes de "mantenella y no emmendalla". Así no llegaremos a ninguna parte. Las actitudes prepotentes, la soberbia, querer que el otro se someta, falta de capacidad de entendimiento y negociación, de empatía, el inmovilismo no son buenos compañeros ni para la resolución de conflictos ni para quien aspira a dirigir una nación.
Mientras tanto, en agosto se ve que se toman vacaciones, ya veremos si para reflexionar y llegar a algún puerto o solo para volver al día de la marmota.
Eva M. Serramià Rofes
