lunes, 17 de febrero de 2025
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Descubren el cuerpo de una mujer entre los restos de 23 guerreros de la Orden de Calatrava en Guadalajara

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Una investigación liderada de la Universidad Rovira i Virgili (URV) y el Instituto Max Planck ha estudiado los restos de 25 individuos enterrados entre los siglos XII y XV en Zorita de los Canes, Guadalajara. Exhumadas del cementerio del castillo de esta localidad, los restos óseos han permitido al equipo investigador determinar la alimentación, el estilo de vida y las causas de la muerte de los monjes guerreros miembros de la Orden de Calatrava. Los resultados, publicados en la revista científica Scientific Reports, han determinado que 23 de los individuos murieron en batalla y que los caballeros de la orden seguían una dieta propia de la alta sociedad medieval, con una ingesta considerable de proteína animal y pez marino, en una zona alejada de la costa. De forma inesperada, Carme Rissech, investigadora de la UPF, ha identificado los restos de una mujer entre los monjes guerreros.

Abrazado por una de las curvas que hace el río Tajo en su paso por la provincia de Guadalajara, los restos del castillo de Zorita de los Cannes perduran sobre la misma colina donde el emir Mohamed I de Córdoba mandó, en el año 852, su construcción. La fortaleza, edificada para defender el emirato de los ataques cristianos, cambió de manos dos veces hasta que en 1124 fue conquistada definitivamente por los caballeros de la Orden del Templo. Cincuenta años después, Alfonso VIII de Castilla cedía la fortaleza a la finalización de fundar Orden de Calatrava, una orden militar y religiosa cisterciense, con el encargo de defender la frontera, en aquel momento delimitada por el Tajo, de las incursiones almohades.

Los restos fueron exhumados del cementerio del castillo de Zorita de los Canes, en Guadalajara.

Cuando a la Carme Rissech, investigadora del Departamento de Ciencias Médicas Básicas, le dijeron que le enviaban los restos de los caballeros de Calatrava no se terminó de creer que realmente fueran caballeros. En el marco del proyecto MONBONES, que estudia la dieta y el estilo de vida de la edad media en los monasterios, sus compañeros de proyecto habían analizado la presencia de isótopos de carbono 14 y nitrógeno 15 en los restos óseos de los 25 individuos. También estudiaron restos animales, encontrados en el entorno del castillo, que complementan la información aportada por los isótopos y ayudan a imaginar las costumbres de las personas que habitaron el castillo entre los siglos XII y XV. Una vez tuvo los restos en el laboratorio, Rissech estudió para determinar la edad, el sexo, la morfología y el estado de salud de los individuos y conocer su estilo de vida y las causas de la muerte.

De los 25 esqueletos estudiados, 23 presentaban marcas compatibles con muertes violentas. Se trata principalmente de lesiones punzantes penetrantes y lesiones contusas y se encuentran en las partes del cuerpo que quedaban más vulnerables y más desprotegidas por las armaduras del momento. “Hemos observado muchas lesiones en la parte superior del cráneo, en las piernas y en la parte interior de la pelvis (del hueso coxal), lo que concuerda con la hipótesis de que se trata de guerreros”, explica Rissech. Estudiando las proporciones óseas fue cuando se dio cuenta de que, entre aquellos guerreros, había una mujer.

Típicamente, los esqueletos de los hombres y las mujeres tienen características específicas que los diferencian. “La morfología de los huesos de la cara y el canal de parto, en el interior de la pelvis, son los ejemplos más evidentes”, explica Rissech. En algunos individuos, estos atributos diferenciales pueden no ser determinantes a la hora de hacer una identificación sexual, pero estos restos dejan poco margen de error. ¿Quién era esta mujer? ¿Formaba parte del orden? ¿Tenía el mismo estatus que los otros caballeros?

Por un lado, el equipo investigador ha determinado que las lesiones observadas en la mujer indican que estuvo presente en la batalla y que murió, pues no hay remodelación ósea en las lesiones. “Posiblemente murió de una forma muy similar a la de los caballeros masculinos, y es probable que vistiera algún tipo de armadura o cota de malla”, apunta Rissech. Por otro, no presentaba los mismos indicadores de alimentación que algunos de los individuos analizados: “Vamos a observar un nivel más bajo de consumo proteico en el caso de esta mujer, lo que podría indicar un estatus más bajo dentro del grupo social”, reflexiona. Algunos investigadores han defendido la hipótesis de que se podría tratar de un miembro del servicio que hubiera tenido que presentar batalla en un caso de necesidad, pero la investigadora de la UPF no lo cree así: “El trabajo del servicio habría dejado señales en los huesos de esta mujer, indicadores de actividad física que hoy podríamos comprobar”.

Parte del yacimiento de donde se han recuperado los restos.
Parte del yacimiento de donde se han recuperado los restos.

En cambio, su esqueleto tenía unos atributos similares a los de los otros monjes guerreros, cuyo trabajo era entrenarse en el uso de la espada; una actividad que deja marcas comprobables que, en este caso, sí se han observado. “Yo atribuyo estos restos a una mujer guerrera, pero hacen falta más análisis para determinar hasta qué punto esta mujer es contemporánea a los demás caballeros”, puntualiza Rissech. Según la investigadora, debemos imaginar a esta mujer como una guerrera de unos cuarenta años, de poco menos de un metro y cincuenta centímetros de estatura, ni robusta ni delgada y hábil con la espada.

En esta investigación también han participado investigadores de la Universidad de Barcelona y los arqueólogos que han dirigido las excavaciones. La investigación se enmarca en el proyecto MONBONES, que busca ofrecer una nueva perspectiva histórica del modo de vida, la dieta, la salud, la economía y la sociedad en contextos monásticos de los siglos XIV al XIX desde una perspectiva multidisciplinar (zooarqueología, antropología, documentación yanálisis moleculares).

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