Tamara tenía solo 15 años cuando su vida dio un giro inesperado. Era 2010 y se encontraba en casa con su abuelo cuando, de repente, empezó a oírle gritar desde el salón. "No puede ser, no puede ser", recuerda en el programa Y Ahora Sonsoles. El Gordo de la Lotería de Navidad había tocado a dos pasos de su casa, en el bar del barrio. Su padre y su abuelo ganaron 800.000 euros.
Hasta ese momento, el padre de Tamara trabajaba como albañil. Con el premio en las manos, la familia tomó dos decisiones rápidas: reformar la casa y cumplir el sueño del padre, que siempre había querido emprender.
"Decidimos arreglar la casa donde vivíamos, la reformamos entera y mi padre decidió que quería emprender", explica Tamara al programa de Antena 3. Sin experiencia previa en hostelería ni en gestión empresarial, optó por abrir un bar.
El local, de alquiler, se encontraba en muy mal estado. "Estaba totalmente destrozado y él lo dejó espectacular, era precioso, no le faltaba de nada", relata.
Animado por esta primera aventura, el padre de Tamara incluso se lanzó a abrir un segundo bar en el pueblo de al lado. Aquel, según explica ella, duró poco: "Por suerte no puso dinero; lo abrió y, tal como lo abrió, al cabo de un tiempo lo cerró".
El primer local sí que aguantó más: "Lo aguantamos hasta 2016", relata. Pero las bases del proyecto eran frágiles. Por un lado, la falta de formación y planificación: no se hizo ningún estudio de viabilidad, ni un análisis del flujo de gente, ni se buscó asesoramiento profesional. Por otro, una política de gastos muy generosa en plena crisis económica.
"Creo que los sueldos que puso a mucha gente eran desorbitados", explica Tamara. Su padre lo hacía prácticamente todo y no controlaba ni costes ni márgenes.
Durante una temporada, el bar se llenaba. "Hubo temporadas que aquello estaba a rebosar", recuerda. Pero la bonanza fue pasajera: "Con el tiempo la gente empezó a tener menos dinero y, con ello, cada vez venía menos gente".
A medida que la clientela caía, el negocio empezó a tambalearse. Los gastos fijos seguían siendo los mismos: alquiler, suministros, proveedores, nóminas. Para sostenerlo, el padre de Tamara tuvo que dar marcha atrás y volver a la construcción, mientras su hija se quedaba sola al frente del bar.
"Hubo un momento en que tuve que quedarme yo al 100%, desde la mañana hasta la tarde, para que mi padre pudiera volver a trabajar de albañil, para poder ingresar lo que era el alquiler y comprar lo necesario en un bar", explica.
Finalmente, el bar cerró. Hoy, lejos de aquella lluvia de dinero, la familia arrastra más de 20.000 euros en deudas y el padre ha vuelto definitivamente a su antiguo oficio de albañil.