Las familias monoparentales piden ayudas específicas para combatir la carga económica y emocional del verano

Los padres y madres han destacado el gran trabajo logístico que tienen que hacer para cumplir en el trabajo y no desatender a sus hijos

14 de julio de 2025 a las 08:26h

Para muchas familias monoparentales, el verano es una época del año compleja. Sin escuela, con centros de verano que a menudo no pueden asumir económicamente y con menos red familiar que les apoye, se ven obligadas a hacer malabares para cuidar a los hijos mientras trabajan. La Asociación de Familias Monoparentales de Cataluña ha alertado de que la carga emocional y económica se agrava durante estos meses y ha avisado del "miedo" que muchas usuarias manifiestan cuando llega el mes de julio. Tanto la entidad como las afectadas consideran que hacen falta ayudas específicas, una ley estatal que unifique el reconocimiento de este modelo familiar y medidas reales de conciliación: "No queremos compasión, sino que se entiendan las dificultades de criar solas".

El final de curso es un sobresalto para muchas familias, que tienen que seguir trabajando mientras organizan con quién se quedan los hijos. La situación se agrava en el caso de las familias monoparentales, que constatan que el inicio del periodo no lectivo representa un rompecabezas logístico y emocional mayúsculo.

Este es un temor compartido por muchas madres monoparentales, que hacen verdaderos malabares para poder seguir trabajando sin dejar a los hijos desatendidos. Entre los principales quebraderos de cabeza hay cuestiones como qué hacer con los hijos cuando la escuela cierra, cómo pagar los centros de verano y, sobre todo, cómo mantenerse emocional y económicamente estables.

Ariadna Papió, madre monoparental de Martí, un niño de 13 años que la mujer adoptó en Marruecos cuando tan solo era un bebé, ha asegurado que la llegada de esta época del año siempre le ha angustiado. "Trabajo haciendo vestuario para el cine y paso muchas horas fuera de casa", ha explicado Papió, que ha indicado que no dispone de una red familiar que pueda apoyarle y que con un solo sueldo no puede afrontar el gasto de pagar un centro de verano cuatro semanas.

Ha admitido que ahora que Martí ya es mayor, puede quedarse solo en casa de vez en cuando, aunque ha lamentado que esta opción a menudo se traduce en dejarle "delante de una pantalla". Con todo, ha reconocido que cuando era pequeño pasó por un auténtico calvario. "Yo vivo en Poble-sec y allí con otras familias del barrio nos organizamos para ayudarnos, porque era la única manera", ha explicado. De hecho, ha recordado que cuando el niño era pequeño se vio obligada a ofrecer una habitación de su casa a cambio de un canguro del pequeño.

También ha narrado que llegó a plantearse una reducción de jornada, pero ha dicho que económicamente esta solución era insostenible: "Con un sueldo de media jornada no llegas a final de mes en Barcelona", ha sentenciado.

Impacto emocional

Papió ha asegurado que las limitaciones que estas familias afrontan durante las vacaciones también tienen un impacto emocional sobre los niños, porque ven que hacen menos actividades que sus compañeros o unas vacaciones más modestas: "Nosotros visitamos amigos o familiares, pero nada de viajes en avión o estancias largas", ha explicado Papió, que ha asegurado que con la llegada de la adolescencia, las comparaciones se vuelven más punzantes.

Ayuda institucional insuficiente y desigual

Aunque existen becas municipales para actividades de verano, se queja de que estas se conceden por renta y no contemplan a las familias monoparentales como categoría con necesidades específicas. "Es como si fuéramos invisibles. Puntuamos un poco más, pero no hay nada pensado específicamente para nosotros", ha criticado la madre.

Socialmente la situación tampoco es fácil. "La mayoría de gente no lo entiende. No te ven como una familia con más dificultades. Te tratan igual, pero sin pensar que estás sola con todo", ha lamentado.

Una ley pendiente y una sociedad que aún no escucha

En el estado español, hay dos millones de familias monoparentales, el 80% de las cuales lideradas por mujeres. El número de mujeres que deciden ser madres en solitario ha aumentado un 33% en la última década. Sin embargo, solo siete comunidades autónomas las reconocen oficialmente, entre ellas Cataluña, con un carné que da acceso a algunos descuentos.

Bàrbara Moreno, directora de proyectos de la Asociación de Familias Monoparentales de Cataluña, ha reclamado una ley estatal que unifique derechos y ayudas: "Tenemos el carné, pero los recursos son muy limitados. Las madres llegan al verano con miedo, con cansancio acumulado y sin red de apoyo", ha asegurado.

Las entidades como la Asociación de Familias Monoparentales de Cataluña, que atiende a 150 familias, suplen estas carencias ofreciendo a sus miembros espacios de juego, piscinas o talleres. Con todo, los recursos son muy limitados y a menudo dependen de voluntariado.

Una de las herramientas más valiosas que ofrecen las entidades es la posibilidad de crear red entre madres. "Organizamos encuentros durante el año para que se conozcan, se ayuden y puedan hacer turnos para cuidar a los niños", ha explicado Moreno. Pero no todas las madres pueden o saben cómo entrar en estas dinámicas. "Hay mujeres que llegan sin nadie, sin familia ni amistades, y empezar de cero es muy difícil", ha añadido.

Según Moreno, es fundamental que la sociedad comprenda mejor las dificultades a las que se enfrentan estas familias: "No queremos compasión, sino que se entiendan las dificultades de criar solas y visibilizar los retos a los que nos enfrentamos", ha subrayado.

Garantizar espacios seguros durante el verano

Para dar respuesta a las necesidades de familias vulnerables durante el verano, Cáritas Diocesana de Barcelona transforma sus centros abiertos en centros de recreo dirigidos a niños en riesgo. Algunos de los participantes son hijos de familias monoparentales que no pueden acceder a los centros de recreo municipales o a los que se ofrecen desde las escuelas, porque se encuentran en una situación administrativa irregular y no pueden optar a becas. Mireia Emilià, responsable del programa de Familia e Infancia de la entidad, ha explicado que cerca de 600 pequeños pasan por estos centros de verano durante los meses de julio y agosto, o participan en colonias u otras actividades de ocio que se impulsan desde la entidad.

Emilià ha puesto el acento en la importancia de garantizar "espacios seguros y educativos" más allá del ámbito académico, donde los niños puedan socializar, jugar y salir de su entorno inmediato. "Hablamos de niños y niñas que a menudo viven en habitaciones de realquiler, sin espacios comunes ni posibilidades de ocio. Si no hubiera estos proyectos, probablemente se quedarían encerrados en casa todo el verano", ha señalado. Los centros de verano, además, cubren dos necesidades básicas: la alimentación y el ocio. Todos los niños reciben desayuno y comida, con menús equilibrados que garantizan su nutrición durante un periodo en el que muchas familias no pueden asumir este coste. Aparte, en el espacio los niños disfrutan de talleres, piscina, actividades dirigidas y excursiones.

Otro aspecto clave es la continuidad en el acompañamiento educativo. Los niños que participan en centros de verano a menudo ya han sido atendidos durante el curso escolar en los centros abiertos de Cáritas, y esto permite que sean los mismos educadores quienes les acompañen también durante las vacaciones. "Son referentes para ellos y ellas. Conocen sus realidades, sus necesidades, y pueden ofrecer un cuidado coherente y cercano", ha dicho Emilià que ha asegurado que este es un hecho especialmente significativo en el caso de los niños de familias monoparentales, ya que muchas "no tienen redes de apoyo demasiado estables". Por todo ello, la responsable de la entidad ha apoyado la reivindicación de ayudas específicas para familias monoparentales, especialmente para aquellas que se encuentran en situaciones de exclusión.

Un centro de verano que da aire a madres que crían solas

Araceli Villajulca, una vecina de Barcelona de 29 años que llegó de Perú hace un año y medio con su hija de diez años y su hijo de ocho, ha explicado que el año pasado pasó las vacaciones encerrada en la habitación donde vive con los menores. "Aunque pasé los días con ellos e intentaba llevarlos a la playa y hacer cosas, lo que más recuerdo son las cuatro paredes y el calor", ha relatado la mujer, que ha dicho que fue un sufrimiento, porque se encontraba en una situación muy complicada y tampoco tenía con quién dejarlos para buscar trabajo. Así, ha dicho que este año, gracias al centro de verano de Cáritas, su situación ha cambiado completamente. "Llevo a los niños de nueve de la mañana a cuatro de la tarde, desayunan y comen aquí, están bien cuidados y contentos y, además, yo tengo un poco de aire y tiempo para formarme y trabajar", ha asegurado.

Villajulca ha narrado que llegó a Cataluña buscando una mejor vida y opciones de tratamiento para los pequeños, que tienen un diagnóstico de Trastorno del Espectro Autista (TEA). Así, ha afirmado que el centro de verano ha supuesto una mejora emocional muy significativa para los dos niños. "Mi hijo pequeño antes no soportaba estar con otros niños. Ahora juega, grita, e incluso me dice 'adiós, mamá', cuando le acompaño", ha explicado. También ha indicado que su hija tampoco quería salir, ni tenía inquietud por actividades como la lectura. "Ahora se ilusiona con cada excursión, prepara la mochila la noche antes, en definitiva ambos viven el verano con alegría", ha indicado.

En este mismo sentido se ha expresado Sonia Esperanza Laurente, otra madre de origen peruano que ha encontrado en este centro de verano un espacio que le da respiro. Tiene 45 años, es madre sola de un niño de ocho, y estudia mientras trabaja horas esporádicas. "Cuando llegamos aquí, solo éramos él y yo. Mi hijo pensaba que no teníamos a nadie. Pero en Cáritas nos abrieron la puerta. Aquí ha aprendido a convivir, a relacionarse con otros niños, y yo sé que puedo tener este espacio para organizarme", ha afirmado.

La mujer, que es vecina del barrio hospitalense de Santa Eulàlia, ha comentado que cada día tiene que hacer un trayecto de cerca de 30 minutos para llevar al pequeño hasta el espacio. Con todo, ha dicho que este es un desplazamiento que no le pesa porque este servicio se ha convertido para ellos en una "familia" con quien puede contar siempre. Asimismo, ha reconocido que no disponer de este servicio supondría un problema logístico importante para ella: "Tendría que hablar con conocidos y vecinos y pedir ayuda y creo que, sobre todo para él, sería muy frustrante porque sentiría que no tenemos a nadie que nos apoye".