Cataluña vive un momento decisivo. Ya somos ocho millones de ciudadanos y ciudadanas, y nos encaminamos hacia los diez. Esta realidad nos obliga a repensar la organización de nuestro país y a situar en el centro lo que de verdad importa: la calidad de vida de las personas, el progreso económico compartido, la cohesión social y el equilibrio territorial.
Durante décadas hemos funcionado bajo la lógica de una Cataluña dual: por un lado, el Área Metropolitana de Barcelona; por otro, el resto del país, a menudo tratada como el "rerepaís" (traspaís). Esta dualidad ha generado desequilibrios y ha puesto presión sobre Barcelona misma, que arrastra costes sociales, ambientales y urbanísticos derivados de su éxito.
Es hora de superar este modelo. El futuro de Cataluña ha de ser el de un país en red, formado por nodos interconectados donde cada territorio, cada ciudad y cada comarca pueda aportar su singularidad. En este esquema, Barcelona ha de ser la capital de todos, no un centro absorbente, sino un nodo principal que colabora y se refuerza con los otros nodos.
La movilidad, los servicios públicos y las actividades productivas ya son de carácter metropolitano a diversas escalas. Todos somos metropolitanos, porque cada día miles de personas se mueven entre ciudades y comarcas, y porque la vida real no conoce las fronteras administrativas. Es por ello que es necesario ordenar todas las escalas metropolitanas del país, desde las grandes conurbaciones hasta las redes comarcales.
El mundo local, con sus ayuntamientos, debe jugar un papel central en este nuevo modelo. Si hay una mejor financiación autonómica en el futuro, debe repercutir también en los municipios, que son los que conocen más de cerca las necesidades de la ciudadanía. Con más recursos, el mundo local podrá impulsar proyectos de futuro compartidos: vivienda asequible, servicios de calidad, movilidad sostenible y promoción económica arraigada al territorio.
Esta apuesta por la Cataluña en red también implica priorizar la colaboración con el tejido productivo. Cataluña dispone de una potencia económica e industrial de primer nivel, con sectores que exportan innovación y competitividad por todo el mundo. Pero esta fuerza solo se desplegará plenamente si todos los territorios pueden activar sus propias energías productivas en red con el resto.
Desde la Asociación Catalana de Municipios y las asociaciones CatPaís y FemVallès hacemos una llamada clara y directa: Barcelona debe incorporar las agendas del resto del territorio y caminar de la mano de las ciudades que articulan el país. Solo así podremos afrontar retos enormes como el envejecimiento demográfico, la necesidad de una vivienda digna, la calidad de los servicios, las inversiones productivas y las grandes infraestructuras que deben coser Cataluña.
Nuestro futuro no es una Cataluña de coronas, donde la capital concentra y las periferias esperan. Nuestro futuro es una Cataluña de nodos, interconectados y colaborativos, capaces de repartir oportunidades y bienestar por doquier.
Tenemos referentes que nos muestran el camino. Jaume Vicens Vives supo leer el país como una suma de diversidades: costa y montaña, industriales y políticos, voluntad de ser. Enric Prat de la Riba concretó esta visión con la Mancomunidad, una institución que puso Cataluña en marcha. Ahora nos toca actualizar aquel espíritu con una Mancomunidad del siglo XXI: una gobernanza en red que piense el país como un todo fractal, donde lo que funciona a pequeña escala pueda replicarse a gran escala.
El tiempo de la Cataluña dual se ha acabado. El tiempo de la Cataluña en red empieza ahora.
Meritxell Budó i Pla, de la Asociación Catalana de Municipios
Antoni Abad i Pous, de las Associacions Catpaís y femVallès