Mónica Roldán tenía 26 años cuando le diagnosticaron un cáncer de mama, la última noticia que esperaba cuando se había notado un bulto en el pecho. “A esta edad, no toca esto”, pensaba. “Lo primero que me dijo mi padre es que ojalá fuera él”, añade en una entrevista a la ACN por el Día Mundial del Cáncer de Mama, el 19 de octubre. Acaba de cumplir 37 años y la enfermedad queda lejos, aunque esta etapa “nunca termina de cerrarse”. Ahora es voluntaria en la Asociación Contra el Cáncer en Barcelona para acompañar a otras mujeres. Tanto ella como Grindel Darwich, a quien le diagnosticaron un cáncer de mama embarazada de su segundo hijo en marzo de 2020 -cuando la sociedad se encerraba en casa por la covid-, piden apoyo psicológico paralelamente al tratamiento médico.
Mónica Roldán y Grindel Darwich conversan en la sede de la Asociación Contra el Cáncer en Barcelona. Aunque las han presentado hace unos minutos, parece que se conozcan desde hace muchos años. Grindel encuentra la empatía y la experiencia de Mónica, sobre todo en los efectos de los tratamientos hormonales que ahora están recibiendo, una vez superado el cáncer de mama.
Ambas recibieron el diagnóstico en un momento en que la palabra 'cáncer' está lejos del diccionario vital. “Parece que sea una enfermedad que sufre la gente mayor, pero es importante que los jóvenes no nos olvidemos”, señala Mónica. El cáncer de mama es el más frecuente en las mujeres en Cataluña y cada año se diagnostican más de 4.600 nuevos casos, la mayoría entre mujeres mayores de 50 años. Su pronóstico ha mejorado mucho en las últimas décadas y actualmente la supervivencia a los 5 años se sitúa por encima del 85%.
Mónica recuerda el diagnóstico como un momento “muy duro”; un “jarro de agua fría” en el que “el mundo parece derrumbarse”. Pensaba que a ella no le tocaba esta situación. “Lo primero que se te viene a la cabeza es la muerte. La primera pregunta que le hice al oncólogo es si me moriría. Me respondió que primero tenían que poner 'nombres y apellidos' al tumor. La segunda vez que le pregunté, me respondió que, si todo iba bien, no me moriría de eso”, explica.
Cuando analizaron el tumor, le pusieron estos 'nombre y apellidos', confirmaron que se localizaba en la mama; había afectado a los ganglios, pero no se había extendido y tenía buen pronóstico. Entonces comenzó el tratamiento de quimioterapia, que duró seis meses, y le hicieron una mastectomía en el pecho derecho. En el mismo momento de la operación, una cirujana plástica le rellenó el pecho con grasa propia. “La parte estética tiene relevancia”, constata sobre la enfermedad. Después recibió el tratamiento de radioterapia.
Mónica destaca el apoyo de la familia y los amigos durante aquellos meses: “Tengo la sensación de que lo pasaban peor, porque yo sabía cómo me estaba sintiendo. A veces era difícil sentir para no hacer daño a los demás, pero aprendí a dejar salir los sentimientos. Si necesitaba llorar, lo hacía. En aquel momento tenía pareja y su apoyo fue muy importante. Estar rodeado de tu gente es una parte muy importante de la enfermedad”.
También destaca el "trato delicado" de los profesionales sanitarios del Instituto Catalán de Oncología (ICO), donde recibió el tratamiento, ya que intentaban cuidar detalles como el impacto que supone la primera sesión de quimioterapia o la caída del cabello. Sin embargo, pidió apoyo psicológico. “Nadie te enseña a pasar por una situación como esta”, dice, y recuerda a una chica también joven con quien compartió habitación: “Me enseñó a ponerme el pañuelo. Es importante sentirse comprendido”. De aquella época también recuerda sentirse un poco observada. Porque, resalta, la enfermedad todavía sorprende, aún más en personas jóvenes, y pide a la sociedad que aprenda a “normalizarla”.
Mónica está ahora vinculada a la Asociación Contra el Cáncer y reivindica el acompañamiento psicológico. “Los profesionales sanitarios intentan cuidar los detalles, pero ellos tratan la parte médica y hay una parte más olvidada que es cómo nos sentimos”, afirma sobre un camino que describe como “largo” y “difícil”, aunque también quiere transmitir un mensaje de “confianza” y de “paz”. “Me ayudó mucho vivir el día a día y no pensar mucho más allá. Y todos tenemos algo que nos hace ser fuertes en situaciones como estas”, expresa.
La maternidad entre el cáncer y la pandemia
Grindel Darwich supo que padecía un cáncer de mama con 41 años, cuando estaba embarazada de 33 semanas y cuando faltaban pocos días para que se decretara el confinamiento debido a la irrupción de la covid-19. Recuerda perfectamente la fecha en que le confirmaron el diagnóstico: fue el 6 de marzo. Fue una noticia "compleja, oscura y muy difícil", afirma. Tenía un cáncer de estadio 2 y, dado su embarazo, le dijeron que lo primero que había que hacer era inducirle el parto cuando cumpliera las 34 semanas para que pudiera comenzar el tratamiento lo antes posible. El 11 de marzo nació su hijo, Diego, por cesárea. Grindel pudo verlo durante un instante, antes de que el bebé fuera trasladado a la UCI neonatal.No volvió a verlo hasta el día 15, ya que en aquellos días le hicieron algunas pruebas previas al tratamiento que emitían radiación y debía mantenerse alejada de su hijo. "Él nació un miércoles y pude verlo un domingo", apunta. Y, entretanto, se decretó el confinamiento. "En lo que menos pensaba era en el cáncer y la pandemia... En aquel momento tenía necesidad de estar con mi hijo, para mí era lo principal", asegura.Como se estaba recuperando de la cesárea, tuvo que esperar un tiempo para poder iniciar el tratamiento. Mientras tanto, su hijo estuvo ingresado en la UCI y ella y su marido se alternaban para poder visitarlo un par de horas al día."A él le dieron el alta y al día siguiente empecé la quimioterapia", resume. Hizo un total de 16 sesiones durante seis meses, le extirparon el tumor y finalmente hizo radioterapia. Actualmente, está con un tratamiento hormonal que debe durar entre 5 y 10 años. Reconoce que lo que más miedo le daba era la muerte asociada al cáncer, un hecho al que se sumaba que el mundo en general estaba atemorizado: "No era la única que tenía miedo a la muerte, lo teníamos todos".En aquellos primeros meses en que recibió el tratamiento en el Hospital Vall d'Hebron -que tiene un programa especializado para tratar a mujeres embarazadas con cáncer de mama-, tuvo que hacerlo sola y circulando desde Cornellà de Llobregat con un permiso especial, ya que había limitaciones de desplazamiento por la covid. Su marido se hizo cargo del cuidado del recién nacido y de la hija mayor, Amélie, durante los primeros meses. "Yo me estaba recuperando físicamente, pero después también está el tema psicológico", explica.
Grindel se muestra agradecida por el apoyo que recibió de su familia y también destaca el valor que tuvieron las redes sociales en aquel momento, ya que en plena pandemia y confinamiento pudo mantener el contacto con amigos y familiares.Y sobre todo reivindica la importancia de un acompañamiento psicológico. En su caso, conoció los servicios de la Asociación Española contra el Cáncer gracias a una compañera que también hacía quimioterapia. "La veía tan alegre que le pregunté cuál era su secreto y me habló de la asociación", comenta. Entonces no dudó en contactar con ella y pudo ser acompañada por una psicooncóloga. Por eso, reclama que los médicos "prescriban" las asociaciones o que se pongan recursos para que se pueda recibir ayuda psicológica de forma paralela mientras se realiza el tratamiento físico. "Fue un antes y un después, para mí fue fundamental", concluye.
"Cada vez la gente quiere estar más informada"
La Asociación Contra el Cáncer ofrece acompañamiento emocional, físico y social a pacientes, familiares y cuidadores. Así, trabajan psicooncólogos, trabajadores sociales para ayudar en trámites administrativos y realizan talleres de nutrición o corporales, entre otros. “Cada vez la gente quiere estar más informada. Tenemos mucha más demanda de charlas y talleres, sobre todo de grupo, para resolver dudas que muchas veces no se pueden abordar en la consulta, como de educación sanitaria o de apoyo psicosocial”, explica Olga Muñoz, responsable del Área de Bienestar Corporal de la asociación.
La entidad atendió el año pasado a 1.276 personas por cáncer de mama, la mayoría que estaban afrontando la enfermedad, pero también a familiares y cuidadores. De cara al 19 de octubre, la asociación pone el foco en la prevención, la detección precoz, la investigación y el acompañamiento psicológico.