Comienza la carrera en la Universidad que puedas porque has sacado un ocho a la selectividad y no llegas para ir a la de tu ciudad. Tira currículos e inicia tu aventura de las medias jornadas en las panaderías y supermercados, si tienes suerte te cogen fines de semana también. Llega a los exámenes pidiendo permisos en el trabajo y durmiendo poco porque también tienes que salir de fiesta con los 57 € que te sobran. Pende al día siguiente porque te quedan 14,37 € en la cuenta. El kebab volviendo de fiesta es innegociable.
Graduate y trata de hacerte un perfil en LinkedIn mientras haces un cursillo para “no perder el tiempo”. Vuelve a casa de los padres porque ya no te pueden ayudar más. El esfuerzo que han hecho les ha hecho comer arroz durante cuatro años. Suerte que sacabas notas decentes y trabajabas.
Consigues trabajo de lo que te gusta, bingo, lo has conseguido todo en la vida. Puedes apuntarte al gimnasio y salir más. Después de unos meses yendo, entras dentro de un bar porque necesitas cafeína, ya que has hecho cuatro horas extra y no negocias ir a entrenar. “Niño, yo a tu edad no tenía ni Netflix ni un iPhone”, exclama el boomer que podía pagar un alquiler con el 10% de su nómina, cuando te ve con cara cansada.
Con tu 10% pagas una cena con la persona que te gusta, porque claro, el precio de la vida ha subido y tienes que pensar en si quieres salir a la cita o si quieres ir al gimnasio un mes más. “Ya saldré a correr” te dices mientras te metes el perfume que te regaló la madre a Navidad.
Un día de esos que sales a correr, después de no haber encajado con esa persona, con 500 € ahorrados en la cuenta y tus padres esperando que hables mesa, piensas: ¿Cuánto tardaré en comprarme un piso?
Si te ahorras Netflix, en unos 300 años. Mientras los boomers los compran a “toca-teja”.
