La fiscalía pide 46 años y siete meses de prisión para Roger L.S., el joven exmilitar de 19 años que en abril de 2023 mató de cinco disparos a un instructor en el club de tiro de Canovelles (Vallès Oriental) y luego huyó secuestrando a los usuarios de tres coches diferentes hasta Murcia, donde fue arrestado.
El joven, por motivos aún desconocidos, utilizó las armas del club del que era socio para disparar a sangre fría y a boca de cañón a un instructor. En fin, con las mismas armas secuestró a los usuarios de tres vehículos, a los que obligó a conducir hasta Granollers, Esplugues de Llobregat y, después, Murcia, según la calificación de la fiscalía adelantada por ‘El País’ y a la que ha tenido acceso la ACN.
Según el ministerio público, hacia las 18.30 horas del 8 de abril, el joven llegó al club de tiro, del que era socio, y ya teniendo en la cabeza “un plan criminal que previamente había elaborado y por el que necesitaba tener armas de fuego”. Una vez allí, y “con la finalidad de fingir su verdadero propósito”, estuvo haciendo prácticas de tiro en la cabina número 2 con una pistola semiautomática del calibre 22 que había pedido previamente. Hacia las 19.05 horas devolvió el arma y su munición y cogió un revólver del calibre 38, y pagó una caja de munición de 50 cartuchos. También pidió una pistola semiautomática del calibre 9 y pagó por 50 cartuchos más. Todas las gestiones las hizo a J.A.M., instructor de tiro y encargado del local. Volvió a su cabina y siguió practicando. Al cabo de unos minutos comenzó a vigilar los movimientos del instructor, que estaba limpiando el local y sin que nadie más supervisara la actividad de los clientes. Hacia las 19.25 horas, el acusado aprovechó que el encargado estaba barriendo una cabina y estaba de espaldas para acercarse a él de forma sigiloso y le disparó cinco golpes a pocos metros de distancia. El hombre cayó desplomado al suelo y murió poco después. Dos minutos después, un socio de la galería de tiro que había estado practicando minutos antes en la cabina 19, estaba en el bar del club. Se dio cuenta de que había olvidado las gafas en la cabina y fue a recuperarlas. Cuando entró en la zona de tiro oyó la voz del instructor balbuceante: “Me han matado, me han disparado”. Lo quiso ayudar y fue entonces cuando vio al acusado marcharse rápidamente de la zona y lo persiguió. Cuando el acusado vio que lo seguían, se paró, se giró, encañonó al otro usuario y apretó el gatillo, pero no tenía munición en la recámara, aunque sí en el cargador del arma. El perseguidor, atemorizado, resbaló, cayó al suelo y se escondió en los lavabos. El acusado siguió huyendo, y el otro usuario pudo volver a ayudar al instructor y a avisar de lo que había pasado. Una vez fuera del club, portando las dos armas, hizo parar bruscamente un turismo que circulaba por la zona, subió al asiento trasero y llamó al conductor para que arrancara deprisa asegurándole que lo querían matar. La esposa del conductor, que iba sentada en el asiento del copiloto, le dijo al joven que bajara del coche, pero éste la apuntó con una pistola y les ordenó que lo condujeran lejos de allí. La mujer “no paraba de llorar” y el marido condujo por la autovía C-17 hasta que se detuvo en una gasolinera de un supermercado a la altura de Granollers y pidió al joven que bajara. Lo hizo y, hacia las 19.37 horas, vio a una mujer que ponía gasolina. Le preguntó dónde iba y le mostró la pistola que llevaba en la cintura. Le ordenó que dejara de poner gasolina, se sentó en el asiento del copiloto y le ordenó que lo llevara donde él le dijera. Con el teléfono móvil de la mujer accedió a la aplicación de mapas y consultó si había noticias sobre la muerte del instructor de tiro. Hacia las 20.44 horas llegaron a un túnel de lavado de coches de Esplugues de Llobregat, bajó del coche y dejó marchar a la mujer.
Entonces vio otro vehículo, ocupado por dos amigas, entró por sorpresa en el asiento trasero y mostró una pistola para ordenar que condujeran lejos de allí. Hizo pararlas en algunos supermercados, pero estaban cerrados porque ya era muy tarde. Pusieron gasolina y las dos amigas se intercambiaron al volante, pero el acusado les iba dando indicaciones para dirigirse hacia el sur. Finalmente, ya el día 9 por la mañana, llegaron al centro de la ciudad de Murcia, donde el joven abandonó el vehículo y dejó marcharse a las huestes. Las chicas, fuertemente impresionadas, condujeron hasta Molina de Segura (Murcia), donde llamaron a la policía para explicar lo que había pasado. A las 8.30 horas de la mañana, la policía localizó al joven cerca de la estación de tren de Murcia. Cuando iba a ser arrestado, intentó sacar las armas de fuego, pero los agentes se lo impidieron. Además de las dos armas cortas llevaba una navaja, cerca de 50 balas. Por todo ello, la fiscalía le pide 46 años y siete meses de prisión por asesinato con traición, intento de homicidio, hurto agravado y cinco delitos de detención ilegal con agravante de traición. También le pide diez años de libertad vigilada y la prohibición de acercarse o comunicarse con las víctimas y su entorno durante varios años. Además, reclama 213.000 euros de indemnización para las víctimas y sus familiares, dinero que podría tener que pagar la aseguradora del club de tiro por no tener ningún otro trabajador vigilante en el momento de los hechos.