Cada Onze de Setembre, la Diada nacional de Catalunya, renovamos nuestros mejores deseos de progreso, pero sobre todo la voluntad de recuperar la libertad de la nación catalana. Una nación que será libre si es capaz de trabajar como un solo pueblo en su diversidad: social, cultural y política.
“Hay que defender la lengua como el pan, hay que combatir a favor de la lengua con todo el coraje y sin desfallecer. Nadie tiene vocación de mudo. Mi lengua es mi primera patria”.
Con estas palabras se dirigía a la ciudadanía de Lleida Josep Ribagorçanaú hace ahora 14 años.
Son unas palabras más vigentes que nunca y que os espero a hacérselas vuestras como él mismo sigue defendiéndolas de manera incorruptible superados los 100 años de una vida dedicada a la dignificación de la lengua patria.
Hoy se está convirtiendo en un grito de alerta generalizado que el uso social del catalán vive un difícil contexto de retroceso.
Son diferentes las causas, y no podemos rehuir la autocrítica desde las instituciones públicas, pero día a día parece ganar terreno un parámetro que es muy peligroso por su falsa simplicidad y el vínculo con el discurso de la intolerancia: el catalán retrocede debido a los que vienen de fuera.
A las personas recién llegadas, en Europa y, también, en Cataluña, se les culpa de lo que nosotros mismos no sabemos hacer del todo bien.
“Bendigamos escuchar lengua catalana con dejos y vacilaciones en boca de un inmigrante, y nos creemos más no ver con qué rapidez cambian o cambiamos de lengua nosotros en presencia de quien mantiene la suya en nuestro territorio”.
Son, nuevamente, palabras acertadas de ensueño.
Cuando las administraciones no acabamos de encontrar la clave para dar respuesta a los problemas y las necesidades de una sociedad cada vez más exigente, se abre la puerta de los maximalismos simplistas que alimentan un discurso xenófobo que dice defender una pureza nacional que nos han hurtado, aunque nunca ha existido.
En todas partes ocurre que el arrastre de viejos prejuicios hace recaer sobre la multiculturalidad el estigma de hacer miedo y ser vista como una amenaza para nuestro modelo social e, incluso, para la consolidación de la identidad cultural, lingüística y nacional.
Como sociedad acogedora que somos desde siglos, tenemos la responsabilidad de mantener políticas de gestión de esta multiplicidad de acentos y de culturas, y también tenemos la responsabilidad y la obligación de hacer frente a la intolerancia, se esconda detrás de la bandera que se esconda.
En su día, asumimos de forma consensuada aquellas reflexiones de Paco Candel a los ‘Otros catalanes’, cuando formuló que cualquier recién llegado “necesita encontrar, donde va, un pueblo hecho, y que este pueblo no se deshaga“.
Y manteniendo la identidad propia aportamos a estas personas lo que más desean: “que la tierra donde va le sea favorable, y quiere que sus hijos cojan y admitan todo lo que encuentren bueno, incluso eso que él, por sus características y su encaje, ya no podrá coger: el idioma, las costumbres, la cultura”… Esta mirada ha sido una de las claves del desarrollo de la nación catalana actual, sumando las nuevas generaciones al proyecto colectivo de forjar la máxima capacidad de autogobierno para Cataluña, porque el pueblo lo tenemos hecho y no permitiremos que nadie nos lo deshaga!
Necesitamos mantener la mentalidad abierta y redoblar el trabajo a través de las herramientas que ya tenemos: sociales −la sociedad civil y las asociaciones que trabajan−, e institucionales, a través de la escuela y la inmersión lingüística, en la que no podemos fallar, sin fisuras.
El Instituto de Estudios Ilerdenses de la Diputación de Lleida desarrolla este mes de septiembre el ciclo ‘La voz rota de un pueblo’, que quiere ser un grito de atención a la conciencia y a la acción, una oportunidad para compartir, aprender y reivindicar nuestra identidad lingüística y cultural.
Os invito a participar y a implicaros del todo.
En Cataluña nos hemos forjado como pueblo gracias a la suma.
Leridanas y leridanos combatieron en la Seu Vella y el Roser la imposición de Felipe V. Aquellos héroes y heroínas querían evitar el anonimato de lo que somos y todavía significamos.
Seamos fieles a esa resistencia y ese compromiso nacional.
No nos hagamos más pequeños expulsando de nuestra nación, por el color de su piel y el acento de su catalán, todas las manos que quieren segar cadenas!
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